Dentro del cultivo de la
Ciencia Económica, España está incluida como la verdadera creadora de ésta.
Sobre todo durante los siglos XV al XVII, en los que, en la Universidad de
Salamanca, hubo tratadistas sobre la Economía y sus consecuencias, sobre todo
en la relación entre el oro y la plata que traíamos de América y su repercusión
sobre los niveles de precios. Entre los más destacados podemos contar con
Francisco de Vitoria (1483-1546); Domingo de Soto (1494-1560); Martín Pérez de
Ayala (1504-1566); Tomás de Mercado (1523-1575) y otros. Entre esos otros, me
permito incluir a Diego de Covarrubias y Leyva (1512-1577), que fue jurista,
político, eclesiástico y uno de los difusores y representantes de la Escuela de
Salamanca en el Siglo de Oro de la Literatura Española.
Aunque su carrera
profesional estuvo muy ligada a la judicatura, la política y el mundo
eclesiástico, también incorporó ciertas novedades en el estudio de la Ciencia
Económica, a la que dedicó menos tiempo que a los otros menesteres que he
citado. Nacido en el seno de una familia acomodada y con ciertos cargos
públicos, por ejemplo, su padre, Alonso de Covarrubias (1488-1570), fue
arquitecto de la Catedral de Toledo, y su hermano, Antonio de Covarrubias y
Leyva (1514-1602), fue profesor de Derecho en la Universidad de Salamanca y
Consejero de Castilla.
Diego de Covarrubias
aprendió latín con el maestro Alonso Almofara. Siendo todavía un niño, se
trasladó a Salamanca, en 1527, a casa de su tío Juan de Covarrubias, racionero en
esa Catedral, a estudiar en su Universidad Derecho Canónico con Martín de
Azpilicueta (1492-1586) y Teología con Francisco de Vitoria y Domingo de Soto.
Tuvo ocasión de aprender Griego y Latín con Clenardo (1495-1542), gramático y
viajero flamenco.
En 1538 obtuvo el título
de Bachiller en Cánones y una plaza en el Colegio del Salvador, en Oviedo; al
año siguiente obtuvo el título de doctor, y en 1540, una Cátedra que desempeñó
durante ocho años. De 1548 a 1559 ejerció el cargo de Oidor en la Real
Chancillería de Granada. Ya Obispo civitatense recibió el encargo del Rey
Felipe II (1527-1598) de visitar la Universidad de Salamanca para hacer la
reforma de sus Estatutos, visita que realizó el 12 de agosto de 1560.
Tuvo una brillante
trayectoria en el mundo eclesiástico y episcopal, siendo Arzobispo de Santo
Domingo, Obispo de Ciudad Rodrigo, Obispo de Guadix, de Álava y de otros
lugares en donde se manifestó por el establecimiento de un régimen económico de
las catedrales y lugares de culto que dependían de él por su jurisdicción
episcopal.
Es de destacar que fue
uno de los más brillantes intervinientes en el Concilio de Trento (1545-1563),
en el que intervinieron los Papas Paulo III (1468-1545), Julio III (1487-1555),
Pío IV (1499-1565) y, posteriormente, una vez finalizado, el Papa Gregorio XIII
(1502-1585). En dicho Concilio se aprobó la Contrarreforma frente a la reforma
luterana que se había establecido previamente. Muchas de las cuestiones que se
trataron en el Concilio tridentino fueron aportadas por Diego de Covarrubias, y
algunas todavía se mantienen. Asistió a la clausura del Concilio de Trento en
1563, formando parte de la delegación española. Allí, junto con Hugo de
Buonocompagni (1501-1585), el futuro Papa Gregorio XIII, redactó los decretos
de “reformatione”. Terminado el Concilio y firmadas por él las actas, regresó a
España, y el 25 de octubre de 1564 fue nombrado Obispo de Segovia y formó parte
de distintas instituciones eclesiásticas y civiles que gobernaron España hasta
su fallecimiento en el año 1577.
Pero en este artículo me
quiero referir, fundamentalmente, a sus aportaciones a la Ciencia Económica. Al
igual que otros Teólogos y Catedráticos de Salamanca, abogó por la llamada
Teoría cuantitativa del dinero, que significa que la abundancia de los metales
nobles que se aceptaban como dinero repercutía, proporcionalmente, en los
precios. Es decir, cuanto más dinero metálico abunda, suben los precios; algo
que hoy es asumido y que se explica como una fórmula que genera inflación. Fue
uno de los grandes estudiosos del llamado “bullionismo”, del inglés “bullion”,
que quiere decir “lingote de oro”, que es una doctrina económica que definía la
riqueza como la cantidad de metales preciosos de los que se es propietario. Su
práctica se basó en la acumulación de metales preciosos, en monedas o en
lingotes, como única riqueza posible.
El bullionismo también
es conocido como “metalismo”, y es considerado como un mercantilismo arcaico
según el cual no se permitía la emisión de papel moneda con libertad por el
banco emisor, sino que debería reflejar fielmente la existencia en metal
precioso que lo respalde y, de esta forma, impedir la inflación. Ésta era la
identificación con la política económica de la Monarquía Hispánica durante el
Antiguo Régimen, especialmente por los Habsburgo, siglos XVI y XVII, mediante
la obsesión reglamentista y el control sobre los metales preciosos que se
extraían de América. Se pretendía su acumulación al identificar riqueza y
existencia de oro o plata que llevaban asociado el prestigio y poder. Se
intentaba impedir la salida de oro y plata, lo que contribuía aún más al
proceso de inflación, denominado “Revolución de los Precios”. Buena parte de
los economistas españoles de aquella época, agrupados bajo la denominación de
“arbitristas”, pueden ser considerados bullionistas.
Diego de Covarrubias
escribió diversas obras, tanto en latín como en español. La mayoría de ellas
relativas a la moral y el buen gobierno. Solamente citaré las que se referían a
la Ciencia Económica, entre las cuales incluiría: “Quanvis pactum. De pactis”
(1553); “In regulae possessor malae fidei, de regul juris” (1553); “Veterum
numismatum Collatio (de re monetaria)” (1556); “Variarum resolutionum ex jure
pontificio regio et caesareo” (1570) y otros muchos en los que combina la
cantidad de dinero en circulación con normas jurídicas y de contenido moral
propio del catolicismo.
Mi especial
reconocimiento a Diego de Covarrubias que fue uno de los creadores de la
Ciencia Económica y cuyas aportaciones fueron superiores a las que hicieron los
escoceses del siglo XVIII, los llamados “padres” de la Ciencia Económica, entre
ellos, Adam Smith (1723-1790) y algunos más.
Vicente
Llopis Pastor
29 de marzo
de 2023
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