Santiago Ramón y
Cajal (1852-1934) es considerado como uno de los grandes investigadores en
Medicina durante su dilatada vida. Fue Premio Nobel de Fisiología o Medicina en
el año 1906, compartido con el italiano Camillo Golgi (1843-1926). Nació en
Petilla de Aragón, pueblo de Navarra enclavado en el occidente de Aragón, en el
que su padre ejercía de barbero cirujano. En su niñez y juventud estuvo en
varios pueblos de esta zona aragonesa debido al cargo de su padre.
Tuvo una infancia llena de avatares y
de juegos de niños, hasta tal extremo de que en una ocasión, y por petición de
su propio padre, pasó una noche en una especie de calabozo, para que le
sirviera como correctivo a su conducta tan propia de los niños y los adolescentes.
En dicho recinto, cuando clareaba el día, los rayos de luz entraban por alguna
rendija y los paseantes se les veía la sombra, de ahí nació una afición por el
color, el dibujo y la fotografía, algo que le sirvió posteriormente en sus
investigaciones médicas a la hora de teñir los tejidos humanos.
Es considerado como el creador de la
llamada Neurociencia y es incluso reconocido actualmente por la NASA
estadounidense. De sus avatares a tan temprana edad escribió algunos libros y
anécdotas en los que se presenta como un jovenzuelo algo rústico y que se
enfocó hacia la Medicina y los estudios universitarios por el ejemplo de su
padre. Se cuenta que inclusive ambos acudían en ocasiones al cementerio, cuando
no estaba el sepulturero, para observar los huesos y estudiar algunas
cuestiones, por ejemplo, cuál era la zona de la cabeza en donde en un solo
punto, del tamaño de la cabeza de un alfiler, se unen cinco huesos y
curiosidades que le aficionaron definitivamente a la medicina.
Estudió la Licenciatura en Medicina y
Cirugía en la Universidad de Zaragoza, en unos tiempos en los que los
estudiantes acudían a las clases vestidos de traje y corbata y se trataban de
usted entre profesores y alumnos. Santiago Ramón y Cajal fue un brillante
alumno y, en una ocasión, un Catedrático le hizo subir al estrado para que
explicara la circulación de la sangre arterial y venosa, algo que él conocía
ampliamente, pero su forma de presentarlo, su habla ruda, su acento aragonés,
dieron lugar a que no le prestaran la atención debida sus condiscípulos e,
incluso, el Catedrático le dijo esta frase: “A usted todavía no le ha caído el
pelo de la dehesa”. Frase desconocida para el alumnado y que tiene un
significado tradicional en el idioma español desde hace siglos, que viene a
decir, a semejanza de lo que suelen ser los toros de lidia, que en principio
son muy lanudos pero que van perdiendo el
pelo para quedarse con una piel muy fina propia de esta raza. En realidad lo
que vino a decir es que era un chico pueblerino, tosco, ordinario, poco
comunicativo, falto de trato humano y con cierta timidez y titubeo.
Una vez licenciado en Medicina, ganó
unas oposiciones a médico militar y estuvo destinado en Cuba durante algún
tiempo en donde las condiciones climáticas y las maniguas del terreno lo
hicieron enfermar. Un brigadier del Ejército Español en Cuba, al verlo, dijo
que lo devolvieran a España, porque de seguir allí moriría. Así fue, regresó a
España y al tiempo que se recuperó realizó el Doctorado en la Universidad
Complutense de Madrid y se inició en su vocación investigadora en la que llegó
a descubrir las neuronas y fue ayudante de profesor en Madrid.
Optó a la Cátedra de Medicina en
distintas Facultades, obteniéndola al tercer intento. Éste es uno de los
aspectos, casi legendarios, que todavía parecen existir en las Universidades
españolas por las que los Catedráticos son nombrados por un tribunal en el
cual, si la mitad son amigos tuyos, es seguro que aprobarás. No fue el caso de
Ramón y Cajal ya que consiguió la plaza a su tercer intento en la Universidad
de Granada. Posteriormente obtuvo la Cátedra en la Universidad de Valencia,
después en Barcelona y, finalmente, en la Universidad Complutense de Madrid.
Ramón y Cajal tenía una excelente opinión sobre uno de sus Catedráticos, José
de Letamendi (1828-1897), que presidió el tribunal por el que obtuvo su primera
Cátedra. Este doctor Letamendi era odiado y vituperado, e incluso dejó escrito
Pío Baroja (1872-1956) en su autobiografía que le parecía un fanfarrón, judío y
engolado personaje.
De sus aportaciones científicas al
sistema nervioso y a la comunicación de las células por la sinapsis es el gran
reconocimiento que todavía se le tiene. Amén de sus investigaciones en
Medicina, su participación en congresos internacionales y su Cátedra, también en su madurez escribió algunos libros
como “El mundo visto a los ochenta años” y algunos legados humanísticos e,
incluso, asistía en ocasiones a conferencias y debates en los que participaba
el polímata y polígrafo español, Marcelino Menéndez Pelayo (1856-1912).
Se dice de Ramón y Cajal que era un
excelente profesor que usaba sus capacidades para el dibujo en las
explicaciones en la pizarra, pero que la vocalización y la falta de energía
respecto a sus alumnos daba lugar a que algunos de ellos se salieran del
Paraninfo donde impartía sus clases, una vez que ya había pasado lista, y se
marchaban sin escucharlo. Esta cuestión es debatible, ya que había alumnos que
siguieron su estela y otros que apenas se limitaban a pisar el aula cuando pasaba
lista y luego se escapaban por las puertas traseras del Paraninfo. Es un caso
no demostrado de que un sabio, como fue Ramón y Cajal, no llegó a ser un gran
pedagogo.
Una vez jubilado se dedicó a escribir
temas humanistas y algunas cuestiones sobre la morfología de los seres humanos
e, incluso, la polarización de la sociedad en general. En los últimos años de
su vida invernaba en Alicante y solía pasear por la Explanada y la zona cercana
al Postiguet y era bastante conocido y se dirigían a él algunos estudiantes de
bachillerato o de la Escuela Profesional de Comercio, que estaba situada al
final de la Explanada. Mi profesor y maestro, Ramón Sáez Garrido, que nació en
1910 y falleció a finales del siglo pasado, me contaba frecuentemente que
cuando él era estudiante, en más de una ocasión, entabló conversación con
nuestro ilustre sabio. En el aula de dicha Escuela Profesional de Comercio, de
la que yo fui alumno hace más de sesenta años, existía un mural en el que
aparecía una cordillera, en la cual destacaban algunos picos más altos, y con
una leyenda parecida a lo siguiente: “España no alcanzará su pleno florecimiento
cultural y político mientras los docentes de todos los grados no acierten a
fabricar, en cantidad suficiente, el español que nos hace mucha falta, es
decir, un tipo humano impersonal por abnegado, tan firme y entero, de carácter
tan tolerante y abierto a todas las ideas, tan esforzado y constante en su
empeño”, etcétera, etcétera, lo que viene a decir que solamente los países que
tienen investigadores y amor a determinados temas son los que brillan
internacionalmente.
Pero no es el hecho de describir tema
de su biografía y méritos, que los obtuvo a centenares tanto durante su vida
como después de su muerte y en el hecho de que la mayoría de pueblos y ciudades
de España tienen alguna calle o plaza rotulada con el nombre de Santiago Ramón
y Cajal e, incluso, una escultura colocada en el Paseo del Retiro de Madrid. Lo
que quiero citar es la frase de “caerle el pelo de la dehesa”, que es una
expresión para decir que se es una persona vulgar, zafia, ordinaria, con poca
gracia en el vestir, poco convincente en sus expresiones, poco cultivada y
equivalente a lo que ahora se llama un “pueblerino”, o más castizamente,
“educado a la sombra de un algarrobo”.
Esta expresión es peyorativa y se usa
en muchos círculos de comunicación y debates y nos viene a decir que Santiago
Ramón y Cajal, gloria de la Ciencia española, el primer español en obtener un
Premio Nobel y éxitos internacionales no sirvieron para pulirlo, tal como
entienden los vecinos de las grandes ciudades que están más acostumbrados al
trato personal que al estudio de temas serios y trascendentes.
En algunas ocasiones recibió
expresiones que a él no le gustaron, pero que eran consecuencia de su fama y de
sus logros. Por ejemplo, en el tiempo en el que estuvo dando conferencias en
Estados Unidos, los periodistas norteamericanos hacían preguntas sobre su
esposa y su carácter, en vez dirigirse a los temas científicos que él había
presentado; en una ocasión, en Madrid, yendo por la calle, se cruzó con una
“chulapa” madrileña quien le dijo directa y expresamente: “Viva la Ciencia y
olé”; o en el caso de la aduana, cuando volvía de algún evento internacional, y
el aduanero le decía que a los sabios como él no era necesario que les revisaran
sus maletas; y casos así.
La conclusión de este pequeño artículo
es la de que por mucho que mejores en tu forma habitual de vida siempre queda
el rescoldo de lo que has sido y realizado en tu niñez y primera juventud. En
una ocasión fue nombrado Diputado del Congreso y durante los años de
legislatura apenas participó en algún debate; hasta el extremo de que, en una
de las sesiones, uno de los políticos intervinientes cayó al suelo mareado y le
dijeron a Santiago Ramón y Cajal: “¿qué hacemos?”. Y él contestó, “pues, en
este caso, buscar a un médico”.
Ésta es una pequeña semblanza, no de
la figura de Santiago Ramón y Cajal, sino de las anécdotas y curiosidades que a
veces se presentan en los grandes hombres, en este caso, en Santiago Ramón y
Cajal.
Vicente Llopis Pastor
21 de febrero de 2023
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