En el año 711
invadieron la península ibérica los árabes, con el islam como religión y con
cierta facilidad derrotaron a los reyes visigodos que dominaban la antigua
Hispania romana, fundamentalmente cristiana, y que se mantuvieron en nuestra
península, excepto en Asturias, algunos lugares del norte de España y no
pudieron entrar en el resto de Europa por los montes Pirineos. Los árabes
estuvieron en nuestra península más de 700 años, la mayor parte de su época
guerreando contra “los cristianos”, aunque también con períodos no bélicos,
tratados de paz, colaboración en algunos temas y con muchos altibajos en los
límites fronterizos. Los cristianos no eran un reino unido, sino que los había
de toda variedad: Reino de Castilla; Reino de León; Reino de Navarra; Reino de
Aragón; Reino de Valencia; Reino de Murcia; etcétera. Algunos de ellos se
fusionaron, bien por las armas, o por la política de enlaces matrimoniales
entre monarcas, príncipes y princesas de algunos de estos numerosos reinos, en
los que, por cierto, jamás existió el “Reino de Cataluña”, ya que este
territorio pertenecía a la Corona del Reino de Aragón.
Llegado el siglo
XIII el avance de los cristianos había alcanzado el “Al-Andalus” (Andalucía),
Valencia y Murcia, y los árabes mantenían una pequeña franja perteneciente al
reino nazarí de Granada. Uno de los destacados reyes cristianos fue Alfonso X
El Sabio (1221-1284), rey de Castilla, que fue tan culto y respetado que llegó
a ser algo permisivo con sus enemigos los árabes. Esto dio lugar a que a su
fallecimiento surgiera un conflicto dinástico que con escaramuzas, luchas intestinas
e intereses propios, que se solucionaron con la coronación como rey de Castilla
a Sancho IV (1258-1295) en Toledo el 30 de abril de 1284. Uno de los nobles que
se manifestó más vivamente contra Sancho IV fue su hermano, el infante Juan de
Castilla (1262-1300). Este infante don Juan, fue expulsado de la corte
castellana por revelarse contra su hermano Sancho IV. Se dirigió a Portugal,
donde también fue expulsado. Y de allí cruzó el Estrecho de Gibraltar para
recalar intencionadamente en el Magreb, llevándose a su paje que era el hijo
mayor de don Alonso Pérez de Guzmán, llamado Pedro Pérez de Guzmán. En Fez se
puso a las órdenes del rey árabe Abu Yacub, prometiéndole que le entregaría
Tarifa. El benimerín aceptó, adjudicándole al mando de cinco mil cenetes
ceutíes y parte de la guarnición algecireña. Como tantas veces sucede en la
historia, son las ambiciones, los agravios, las envidias y las traiciones, sus
escribientes.
Entre los nobles y
militares al servicio de Sancho IV nos encontramos con Alfonso Pérez de Guzmán
(1256-1309), primer señor de San Lucas de Barrameda, fundador de la casa de
Medina Sidonia, formada por su descendencia por vía masculina. Este noble y
militar fue enviado al sultanato benimerín, en Fez, haciendo una gran fortuna
con la que ampliaría sus propiedades. Posteriormente, en el año 1294, el propio
Sancho IV recurrió a Guzmán para la defensa de Tarifa, en Cádiz, plaza
amenazada por el infante don Juan, hermano del monarca, con la ayuda de los
benimerines y nazaríes. Ahí ocurrió la célebre defensa heroica de Tarifa, con
la muerte del inocente hijo menor de Guzmán, convertida en leyenda. Según ésta,
Los sitiadores amenazaron con matar a su hijo Pedro si no rendían la plaza. Guzmán
El Bueno lanzó una daga desde sus murallas para que mataran con ella a su hijo
secuestrado antes que sucumbir al chantaje que le hacían los sitiadores al
haberlo conseguido apresar. Un antiguo romano exclamaba: “Matadle con este, si
no habéis determinado, que más quiero honra sin hijo, que hijo con mi honor
manchado”.
Tras la gesta de
Tarifa, Sancho IV le prometió verbalmente el Señorío de San Lucas, en cuyo
término se incluían los lugares y poblados de San Lucas de Barrameda, Rota,
Chipiona y Trebujena. Sin embargo, fue Fernando IV (1285-1312) quien hizo
efectiva dicha merced en el año 1297. Este hecho de Pérez de Guzmán, El Bueno, de
no entregar la plaza de Tarifa a los sitiadores comandados por el hermano de
Sancho IV, ha pasado a los anales de la historia y son múltiples los cuadros,
referencias, dibujos, narraciones y poemas que destacan el valor de Guzmán El
Bueno y sirvió para avanzar en la total conquista de Al-Andalus que, como se
sabe, finalizó en el año 1492 con la entrega del reino de Granada a los reyes
católicos. Años más tarde, el más grande poeta en lengua española, Félix Lope de
Vega y Carpio (1562-1635), compuso un soneto en favor de Guzmán El Bueno que
dice:
Al tierno infante, al nuevo Isaac cristiano
en el arena de Tarifa mira
el mejor padre con piadosa ira,
la lealtad y el amor luchando en vano.
Alta la daga en la tendida mano,
glorioso vence, intrépido la tira
ciega el Sol, nace Roma, amor suspira.
Triunfa España, enmudece el africano.
Bajo la frente Italia, y de la suya
quitó a Torcuato el lauro en oro y bronce
porque ninguno ser Guzmán presuma;
Y la fama, principio de la tuya
“Guzmán El Bueno” escribe, siendo entonces
la tinta sangre, y el cuchillo pluma.
Un hecho que tiene
cierta comparación con el de Guzmán El Bueno sería la defensa del alcázar de
Toledo, durante la Guerra Civil Española, en la que los milicianos republicanos,
milicianos del frente popular, tomaron como rehén a uno de los hijos de José
Moscardó Ituarte (1878-1956), negándose a entregar el alcázar de Toledo y
siendo fusilado su hijo frente a las murallas del alcázar el día 23 de julio de
1936.
Estimado lector,
como puede usted observar, el valor, o talvez la testarudez de los españoles,
es infinito.
Un afectuoso
saludo.
Vicente Llopis
Pastor
30 de abril de
2022
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