La inflación es uno de los peores males que puede tener un país. Es como un ave negra que vuela y que resulta muy difícil de atrapar. Algunos autores lo consideran como un impuesto que no está reglamentado pero que los ciudadanos lo sufren de tal manera que su capacidad de adquisición o compra disminuye lenta o rápidamente.
España,
desde el año 1992, ha tenido un ritmo de inflación anual muy reducido, a veces
por debajo del 1% y así se ha mantenido casi treinta años, en parte gracias al
Banco Central Europeo (BCE), que ha tomado medidas de generar liquidez a los
países de la moneda euro y un control de los tipos de interés. Ello ha
permitido a nuestro país el poder satisfacer los sempiternos déficits de
nuestros Presupuestos Generales del Estado (PGE) de forma fácil y a un tipo de
interés muy reducido, e incluso, en algunos casos, de forma heterodoxa, cual es
el caso de tipos de interés negativos.
Pero,
como dice el saber popular, la felicidad no dura toda la vida. Y España se está
encontrando en una situación en la que la inflación ha repuntado, y
posiblemente, siga así durante el próximo, y siguientes, años.
Las
razones de este repunte son varias, por ejemplo, el enorme endeudamiento que
tiene España con una Deuda Soberana que está cercana al 200% de su PIB y que
hay que pagar en un tiempo prudencial, los tipos de interés tienden a subir,
con lo cual, el pago de la Deuda va a ser más caro. El precio de la
electricidad ha subido de forma estratosférica; los suministros industriales de
otros países tienen dificultades de llegar a España por los problemas de
transportes marítimos de contenedores y otras razones internacionales; pero
también influyen en la inflación la indexación del Gobierno español de muchos
agregados macroeconómicos, por ejemplo los salarios, pensiones y otros que, no
es otra cosa que generar la conocida “espiral de precios-salarios” que supone
echar leña al fuego de la inflación.
En
este año 2021, hasta finales de noviembre, la inflación en España había
aumentado hasta el 4,4%, y se calcula que para finales de año se sitúe
alrededor del 6%, entre otras cosas por la magnitud de compras que se suelen
realizar durante el mes de diciembre por motivos de celebraciones festivas. Y
no lo digo yo, sino que algunos acreditados Servicios de Estudios españoles,
entre ellos la Fundación de las Cajas de Ahorros (FUNCAS), calcula que la tasa
media subyacente para el próximo año 2022 aumentará, posiblemente, en un 3,5%,
o tal vez más según la política monetaria que lleve a cabo el BCE.
De
momento el BCE no está expresando un sentimiento negativo a este incremento de
la inflación, y no tiene en su agenda diseñar una política monetaria
antiinflacionista; pero me temo que la Presidenta del Banco Central Europeo, la
francesa Christine Lagarde (1956), hasta ahora poco preocupada por el IPC y sí
mucho por su imagen y por su permanente bronceado, seguirá limitándose a seguir
la política del brillante anterior Presidente del BCE, Mario Draghi (1947). A
partir de ahora las circunstancias de política monetaria van a ser distintas,
por ejemplo, la Reserva Federal de Estados Unidos (FED) tiene previsto aumentar
los tipos de interés en varias fases a lo largo del próximo año; si así fuera,
el BCE tendría que hacer lo mismo o algo parecido. Existe la llamada “teoría
del cisne negro”, debida al investigador libanés Nassim Taleb (1960), que viene
a decirnos que en ocasiones se presentan situaciones no previstas, de ahí la
metáfora del “cisne negro”, cuyo nacimiento ocurre inesperadamente, y respecto
a la inflación en los próximos años, se ha atrevido a decir que puede alcanzar
el 15% anual.
Estimado
lector, de momento quedémonos a la expectativa de lo que vaya a ocurrir. Pero
me temo que no vaya a ser muy favorable para la economía española en los
próximos años. La inflación ya está aumentando y la cuestión es saber si va a
ser de corto plazo o de larga permanencia. Yo me inclino por esta última, ya
que la infraestructura de nuestro país y su coyuntura económica y administrativa
no podrán frenar dicha inflación por el desprestigio que suponen sus desajustes
y también por los sacrificios que tienen que llevar a cabo los ciudadanos y el
Gobierno para que desaparezca dicha inflación. El tiempo lo dirá.
Un
afectuoso saludo.
Vicente Llopis Pastor
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