Tal
como avancé en artículos anteriores, periódicamente iré incorporando artículos
bajo el epígrafe “Momentos estelares de España” en los que narraré situaciones
históricas que ha vivido nuestro país a lo largo de tres mil años, incluyendo
fenicios, griegos, cartagineses, Hispania romana, Sefarad judío, España
islámica, España cristiana, Repúblicas, Dictaduras y Monarquías. Hoy me
referiré a:
“El
descubrimiento de la circulación menor de la sangre, por Miguel Servet Conesa (1511-1553)”.
Miguel
Servet Conesa (1511-1553) nació en la localidad oscense de Villanueva de
Sigena. Fue un sabio español, aguerrido polemista, intrépido científico y
devoto estudioso de la espiritualidad, destacando como médico y teólogo,
inextricablemente relacionadas la medicina y la teología en su persona y obra.
A él se debe el descubrimiento de la circulación pulmonar, la circulación menor
de la sangre, es decir, el paso de la sangre por los pulmones para poder
cargarse de oxígeno antes de distribuirse por todo el cuerpo.
Debido
a sus opiniones teológicas, que fueron consideradas herejías, y sufrieron
sañuda persecución allá donde las divulgaba, fue perseguido y, al final,
condenado a la hoguera en Ginebra, por orden de su implacable y acérrimo
enemigo Juan Calvino (1509-1564). La figura de Miguel Servet ha adquirido significado
entre los que atribuyen a su ejemplo un incipiente reconocimiento del derecho a
la libertad de pensamiento, conciencia y religión.
Su
itinerario intelectual previo a la formación teológica y medicina, surge de su
propósito de conocimiento y discusión argumentada con traza filosófica. En la
adolescencia entró como paje y secretario al servicio del clérigo aragonés Juan
Quintana, con quien recorrió las ciudades de Toledo, Granada y Valladolid,
recorrido durante el cual, por contacto, asimiló las ideas erasmistas y los
problemas religiosos del momento. En 1528 dejó al clérigo Quintana y se
trasladó a Toulouse para estudiar leyes hasta 1529; entonces volvió al servicio
de Quintana para acompañarle a la coronación del Rey Carlos I del España y V de
Alemania (1500-1558) en Bolonia, por el Papa Clemente VII (1478-1534).
Atraído
por el humanismo imperante en la península itálica y movido por su afán
viajero, inserto en la vocación de estudio y polémica, en 1530 se instaló en
Basilea, en donde entabló, muy a su gusto y práctica, encendidos debates sobre
la reforma con Juan Ecolampadio (1482-1531), las diferencias entre ambos llevó
a Servet a Estrasburgo, donde también polemizó en cuestiones teológicas con los
reformadores Capito (1478-1541) y Bucero (1491-1551). En el año 1531
aparecieron las primeras publicaciones de Servet, dos escritos teológicos
titulados “De Trinitatis erroribus”, en español, “Errores sobre la Trinidad”; y
“Dialogorum Trinitate libri duo”, en español, “Dos diálogos sobre la Trinidad”.
En ellos afirma que existe un solo Dios y que se manifiesta de diferentes
modos, que Jesucristo es hijo natural de Dios, por lo que en él confluyen
humanidades y divinidad, pero a diferencia del Padre no es eterno; y que los
seres humanos no son hijos naturales de Dios, pero, por la fe en Cristo, se
convierten en hijos de Dios y, a través de Jesús, participan de la divinidad.
La
deificación del ser humano que postuló Servet es el impulso que lo llevó a
investigar el cuerpo humano y la circulación de la sangre entre el corazón y
los pulmones; al fin y al cabo, la fisiología es el instrumento para indagar en
el origen del alma, el impulso que posibilita la unión del ser humano con su
divino creador. Las publicaciones de Miguel Servet alarmaron a los inquisidores
de España y Francia. Debido a sus reclamaciones y también al desprecio
exteriorizado de los reformadores sitos en Basilea y Estrasburgo, se trasladó a
París durante los años 1533 y 1534, dirigiéndose un año después a Lyon,
estableciendo allí residencia y amistad con el influyente humanista Sinforiano
Champier (1471-1539), médico y humanista francés, quien encaminó a Servet de
vuelta a París en 1537 para que estudiara medicina, en vista de sus dotes. Una
sugerencia atinada. Alumno del célebre anatomista Jacques Dubois (1478-1555),
médico francés, y de Jean Fernel (1497-1558), médico francés, llamado por
entonces “el Galeno moderno”, Servet dio muestras de su talento y llegó pronto
al doctorado y al ejercicio.
Su
éxito en su aventura médica le permitió denunciar los, a su juicio, numerosos
defectos y carencias de la práctica médica de su tiempo en un libro titulado
“Syroporum universa ratio”, en español, “Teoría general de los jarabes y
pócimas”, editado en París, proponiendo, en sus páginas, criterios adecuados a su
visión facultativa. La combinación de teología y medicina proporcionó en Servet
un camino de doble vía, en la que cada una de dichas disciplinas conduce a la
otra.
Miguel
Servet descubrió que los pulmones no tienen una función accesoria al corazón,
sino que es allí donde se produce la oxigenación de la sangre, que
posteriormente se transmite al ventrículo izquierdo del corazón, observando que
la arteria pulmonar es demasiado grande para transmitir una pequeña cantidad de
sangre que sirva de alimento a los pulmones, como afirmaba Galeno (129-216),
médico griego que ejerció en el Imperio Romano, y que en el ventrículo
izquierdo del corazón no hay suficiente espacio para realizar la mezcla de
sangre y aire. Asimismo, destacó que la sangre no podía transmitirse del
ventrículo derecho al izquierdo por el tabique interventricular, porque es
estanco. Había expresado con acierto en su obra la diferencia entre sangre
venosa y arterial, diseñando a su vez la dinámica cardiopulmonar,
descubrimiento muy importante y considerando que cualquier otra explicación
científica servía para instruir en el “completo conocimiento del alma y del
espíritu”.
Aunque
el descubrimiento de Servet fue el resultado de una búsqueda teológica, su
método empírico de carácter renacentista lo posibilitó. Hoy en día la
circulación de la sangre participa plenamente en la fisiología y en múltiples
situaciones patológicas de los seres humanos; por ejemplo, hemodinámica,
hemorragias, tensión arterial, trombosis, infartos de miocardio, anginas de pecho,
sintrón, etcétera, etcétera. Su obra provocó una decidida abominación de
católicos y protestantes al unísono. El Cardenal de Tournon, Arzobispo de Lyon,
ordenó detenerlo y procesarlo, con enorme contento de Juan Calvino; este último
fue, precisamente, quien ayudó decisivamente en la causa contra Servet, al
aportar toda la correspondencia que el español le había enviado a propósito de
crear una relación entre ambos.
Huyendo
del cerco, Servet propició su final al dirigirse a Ginebra, medio oculto y medio
disfrazado. De nuevo fue detenido y procesado y, en poco más de dos meses,
condenado a morir en la hoguera en el año 1553, no por su descubrimiento
científico, sino por negar la eternidad de Cristo y oponerse al bautismo de los
niños. Tiempo después, dentro del calvinismo, esta muerte sería reprochada como
un desquite e imposición errónea del fundador Calvino, y surgieron voces que,
apreciando las certezas doctrinales de Miguel Servet a su figura científica y
teológica, y enseñanzas propias, fueron acercándose a sus posiciones en
detrimento de la puramente calvinista.
El
español Miguel Servet Conesa, con el descubrimiento de la circulación menor de
la sangre, revolucionó el conocimiento fisiológico del ser humano y hoy se le
venera como uno de los grandes histólogos de la Historia. Curiosamente se le
conoce más en el extranjero que en España, lo cual no nos extrañe porque ha
ocurrido con múltiples intelectuales españoles. De todas formas, con motivo del
quinto centenario de su nacimiento, la Administración de Correos de España
editó un sello, por valor de 0,80 euros, en el que aparece la figura de Miguel
Servet junto a un esquema de la circulación de la sangre entre los pulmones y
el corazón. Un pequeño detalle y del que la mayoría de los españoles apenas
sabían lo que significaba dicho sello de Correos.
Lo
incluyo dentro de “Momentos estelares de España” por sus aportaciones
teológicas y humanistas; y sobre todo, por su descubrimiento de la circulación
menor de la sangre.
Vicente Llopis Pastor
30 de octubre de 2021
Cuántas injusticias.
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