Tal como he prometido, voy a seguir escribiendo sobre “El diario secreto de Napoleón Bonaparte (1769-1821)”, que fue escrito por el italiano Guiseppe Maria Lo Duca (1910-2004), basándose en información escrita de las múltiples biografías que se han editado sobre Napoleón, así como documentos, cartas y materiales históricos manejados por historiadores conocedores de la biografía de nuestro personaje. A partir de ahora, lo presentaré como un diario con fechas determinadas que se inicia en el momento en el que, con el golpe de Estado del 18 brumario, comienza a gobernar Napoleón como uno de los tres Cónsules, y describiré lo más significativo de su “diario” hasta su fallecimiento; incluyendo fechas de nacimiento y muerte de cada personaje, aunque él, en su momento, no las expresara directamente, al encontrarse en vida. Continúo con la época en la que Napoleón fue proclamado Emperador, está casado con María Luisa de Austria, y su posterior declive:
-
París, 21 de diciembre
de 1811.
María Luisa está más rosas, más oronda y
más rubia que nunca. Desde los seis meses de embarazo no hace más que
embellecer. Cuando pasa, mis amigos retienen el aliento, por miedo a molestar
al niño que ella lleva dentro. Mis hermanas la rodean como a un capullo de rosa
que va a abrirse.
Hoy, en casa del Gran Duque de Würzburg,
he encontrado a María Walewska. Estaba pálida y emocionada. Su reverencia de
Corte fue casi un desmayo. Otra señora tuvo que sostenerla. Todavía no he visto
a nuestro hijo Alejandro.
-
Vilna, 1 de junio
de 1812.
He preguntado a Balachev cuántas
iglesias hay en Moscú.
-“Más de doscientas”.
-“¿Cómo? Esto es un signo evidente de
civilización retrasada. ¡Tantas iglesias en un tiempo en que ya no se es
cristiano!”.
-“Perdón”, replicó Balachev,
ruborizándose como una solterona. Los rusos y los españoles lo son todavía.
Este hombre es así: al ingenio añade la
insolencia. Pero se engaña. Los rusos no serán nunca cristianos. Los españoles
nunca lo han sido.
Hace tres días que llueve a cántaros.
-
Walewdice, 1 de diciembre
de 1812.
No pude dejar Varsovia sin pensar en
María Walewska. Polonia será la primera víctima de mi derrota. El yugo ruso va
a aplastarla. Necesitaba ver a María Walewska.
La encuentro emocionada y más tierna que
nunca. Me dice que después de tantas victorias, una sola derrota no importa.
Duroc estaba allí. Bajaba la mirada a su
plato para no tener que aprobar nuestras esperanzas. Ha dicho únicamente: “Sí;
seremos los más fuertes si nadie nos traiciona”.
Más tarde he subido con María a la
habitación de nuestro hijo ¡Alejandro! Aquí ha nacido este hijo del amor, este
bastardo del Renacimiento que recibió en nombre del que creía mi amigo. Me
refiero al Zar de Rusia. El niño duerme al lado de ese padre, al que ignora, y
que huye ahora entre los tiros de sus antiguos aliados.
María está bella en su traje de noche.
Sin darme cuenta me he dormido sobre el hombro de “mi esposa polaca”.
-
París, 8 de enero
de 1813.
Mi estrella, mi estrella personal,
palidece. Siento que mis sueños se me escapan unos tras otros. Nada puedo
hacer.
He intentado todo para lograr el éxito.
Incluso he dominado la felicidad, como Alejandro Magno, como Cayo Julio César,
como Aníbal. Carnot (1796-1832) me dijo una vez: “A pesar de cuanto se haga,
tarde o temprano se choca con la inevitable realidad de las cosas”.
Y yo añadí: “Y con los permanentes
caracteres de los hombres”.
-
La Ermita, 1 de septiembre
de 1814.
Una mujer ha surgido en mis recuerdos,
una sola, la más dulce y quizá la más bella de todas. Amé a las mujeres, pero
ella me ha amado. María Walewska me hizo conocer la primera alegría de un
hombre: ser continuado por otro hombre en la persona de un hijo. Nuestro
Alejandro no solamente lleva el nombre de aquél con quien yo había esperado compartir
el universo, sino que también es la más bella conquista de mi carne.
El Conde Walewsky ha muerto de viejo en
Roma, este verano. María Walewska podría venir aquí, Reina sin trono de un Rey
sin reino.
Sin embargo, ya no sé, ya no sé… ¿Puedo
encadenar a mí a una mujer? Si yo quisiera avanzar, seguir mi destino, con una
mujer a mi lado, tendría que reflexionar dos veces, romper dos resistencias,
convencer a dos espíritus. Si he de envejecer, no quiero contar mis arrugas en
el rostro de la mujer que vive a mi lado.
Nada de todo esto tendrá sentido si
María me seduce.
Hace cinco horas que sigo con la vista
este barco de plateadas velas que se acerca a nosotros. María está, sin duda,
en el puente, y comparte mi deseo, un deseo que es casi angustia. Nada parece
tan inmóvil como un barco al que se espera y se ve acercarse a través de las
corrientes que estrían el mar. Pienso en ella intensamente, tenso hasta el
punto de imaginar que percibo su viviente perfume.
(Se refiere a la visita que María
Walewska hizo a Napoleón cuando estaba confinado en la Isla de Elba).
-
La Ermita, 2 de septiembre
de 1814.
María desembarcó en la playa de San
Giovanni con su hermana Emilia y el pequeño Alejandro. Su mano pequeña, trémula
como un pájaro, en la mía. Sus ojos azules deslumbraban. Está más hermosa, más
mujer que nunca. Permanecemos largo rato juntos, sin hablar mucho.
Más tarde, María me esperaba en su
habitación. Prodigio de la carne que se entrega. Prodigio del placer que se
olvida de sí mismo. El hombre sería el ser más mísero, más despreciable, sin
esa felicidad que sabe extraer de su ser. Jamás he estado tan presente en el
amor. Si esta noche naciera un hijo, forzosamente tendría alas.
Amigo lector, en los próximos
artículos reiteraré los numerosos tratos de Napoleón con las mujeres. Sobre
ello seguiré informando. Continuará.
Vicente Llopis Pastor
27 de julio de 2021
Comentarios
Publicar un comentario