Como he dicho en otras ocasiones, la palabra “Economía” tiene cuatro siglos de antigüedad. Fue citada por primera vez en la obra “Traité d’economie politique” (1613), del francés Antoine Monchrestien de Veteville (1575-1621), soldado; dramaturgo; aventurero y economista. Pero quien generalizó el concepto y contenido de la Economía fue el francés Jean-Baptiste Say (1767-1832), que publicó la obra “Tratado de economía política, o simple exposición de la manera en que se forman, se distribuyen y consumen las riquezas” (1803), uno de los principales exponentes de la Escuela Clásica que hizo florecer las ciencias sociales en el llamado “Siglo de las Luces” o “Siglo de la Razón”. Consecuentemente, la profesión de “economista” no tiene gran tradición, ya que el concepto de Economía viene del griego “oiko-nomos”, en el sentido de que “oikos” significa casa, patrimonio u hogar; y “nomos” tiene el significado de administración. O séase, quiere explicar la administración del caudal o fortuna de una persona, pero también es aplicable a un Estado, una empresa, un país, un Rey, un Príncipe o cualquier otro tipo de autoridad. Hoy se admite el concepto de Ciencia Económica como “Ciencia que estudia la forma de satisfacer las necesidades humanas por medio de recursos escasos, susceptibles de usos alternativos”. Hasta la llegada del siglo XVII la Economía se le solía denominar de distintas formas, por ejemplo “cataláctica”, o ciencia de los cambios; “plutología”, o ciencia de la riqueza; “ergonomía”, o ciencia de adecuación del trabajo; etcétera, etcétera. Y a las personas que se dedicaban a estos menesteres se las denominaba con diversidad de conceptos, séase comerciantes, financieros, empresarios, banqueros u otros calificativos, a veces algo peyorativos.
Dentro
de la Economía, como en cualquier rama del saber o del hacer, aparecen
tratadistas que brillan por su facundia y convencimiento, pero ocurría, y sigue
ocurriendo, lo mismo que en la actualidad, y no siempre en círculos ilustrados
o académicos, sino en cualquier ocasión, incluso en la barra de un bar, en la
que gente con más ideología que intelecto, se enzarza, a veces violentamente y con
magulladores resultados, en cuestiones tales como la preferencia del socialismo
sobre el capitalismo; el Estado ha de ser o no nuestro protector; la política
ha de consistir en entregar dinero a los necesitados; los impuestos deben ser abolidos;
la inflación es buena; el mejor futbolista de la historia es un tal Leo Messi; la
religión es una mentira; los males de España los ha traído la Iglesia Católica;
los vizcaínos son perfectos y mejores que los guipuzcoanos; los alaveses
deberían llamarse burgaleses; España roba a Cataluña; entre Villena y Yecla hay
un centímetro de distancia y, sin embargo, las diferencias artificiales generadas
por las Comunidades Autónomas obligan a registrarse, pagar impuestos,
transmisiones patrimoniales, herencias y otras actividades humanas con tributación
muy dispar.Conversaciones, antipatías, aversión, rivalidad, posesión de la
verdad, defectos, animadversión y tantos otros conceptos peyorativos van
aumentando en número y extensión debido a la libre expresión de quienes
consideran que España no existe y que la única verdad es la persistente
diferenciación en un nuevo invento llamado Comunidades Autónomas.
Pero dejo
de lado este tema y vuelvo al concepto de la Economía de un país, la llamada
Economía Política, que hoy ha perdido su adjetivo calificativo, pero que está
presente de forma tácita en el entendimiento de los fines económicos que
persigue un Estado. Uno de estos fines que expresamente se han ido manifestando
a lo largo de la Historia es el “mercantilismo”,
considerado como la Economía de la “balanza de pagos favorable”, es decir, que
para la felicidad de sus súbditos el Estado habría de poseer las mayores riquezas,
y con este fin actuaban las grandes potencias europeas. Por ejemplo, el Imperio
Español trayendo oro y plata de sus posesiones en las Indias; los británicos
atacando y robando en el mar lo que España traía de sus colonias; Holanda
haciendo uso de piratas, corsos y bucaneros; Francia, con el “colbertismo”,
palabra que se deriva de Jean Baptiste Colbert (1619-1683), Secretario de
Estado y de Marina y Contador General de Finanzas del Rey Luis XIV de Francia
(1638-1715), de quien se dice que trabajaba dieciocho horas diarias y obligaba
a los franceses a cumplir numerosos requisitos para poder aumentar su producción
y venderla al exterior para conseguir el oro y plata necesarios; de ahí vienen
las llamadas “Reales Fábricas” que implantó la Corona de Borbón en Francia y
que, cuando dicha Corona pasó a gobernar en España a partir del año 1700 con la
muerte de Carlos II de Austria sin descendencia, se entroniza la Casa de Borbón
en España en la figura de Felipe V (1683-1746), por eso no nos extrañe que en España,
en los siglos XVIII y XIX, con el reinado de los borbones, se crearan “Reales
Fábricas”, a la usanza francesa, por ejemplo Real Fábrica de Tapices; Real
Fábrica de Cristal; y otras manufacturas auspiciadas por el Rey. Amén de lo que
he comentado, está el caso de la práctica del “cameralismo” por los Príncipes alemanes
ya que entonces no existía una Alemania unificada, y el poder estaba en manos
de los Príncipes electores alemanes. El caso de España es muy singular, ya que
todas las riquezas que traíamos de las Indias entraban por el Río Guadalquivir
hasta Sevilla; allí, la Casa de Contratación y la Torre del Oro, por arte de “birlibirloque”
hacía que estas riquezas cayeran casi instantáneamente en manos de banqueros
alemanes o de la Europa Central, porque para mantener nuestros ejércitos en
Flandes; en Italia; en otros lugares de Europa; mantener el Imperio de las
Indias; deshacer entuertos en Europa y evitar las rapiñas de los demás países,
era muy gravoso para España. Incluso durante el reinado de Carlos I de España y
V de Alemania (1500-1558), se llegó a plantear siete veces la “bancarrota” de
la monarquía española.
Pues bien,
estimado lector, al socaire de estas situaciones aparecen los antecesores de
los actuales “economistas”, que en España se les solía llamar “arbitristas” y,
sobre todo en Alemania, se les denominaba “cameralistas”, y su ideología dentro
del mercantilismo se ha pasado a llamar “cameralismo”.
El término
“cameralismo” se deriva de la palabra “cámara” (kammer en alemán), “camera” en
latín, con la que se designaba el lugar que servía para almacenar el Tesoro Real
de los Príncipes de los pequeños Estados alemanes durante los siglos XVI y
XVII. La voz “cámara” fue extendiendo su significado, de tal suerte que pronto sirvió
para referirse a la propiedad real de los ingresos del Príncipe, de forma que
los asuntos camerales se consideraron en Alemania y Austria como sinónimos de
los asuntos económicos del Príncipe. Más tarde llegó a conocerse como “cameralismo”
al conjunto de reglas que servían para administrar la actividad del Estado. Entre
los tratadistas más destacados del cameralismo se encuentran los alemanes G.
Obrech (1547-1612); Chr. Besold (1577-1638); K. Kloch (1583-1655); y muchos
otros, quienes hicieron del cameralismo una pieza importante para robustecer a
Prusia, en base a la cual, ya en el siglo XIX, se crea Alemania. En la
actualidad, la voz cameralismo se ha incorporado a la literatura de la Hacienda
Pública y se aplica a las ideas que acompañan las prácticas y tendencias en la
Administración Púbica, así como a la política económica que caracteriza a un
Estado. Igualmente el término describe el sistema de ciencias políticas que sirvió
a dichos Príncipes absolutos e intentó dar un cuadro sistemático a los diversos
servicios administrativos como base para una formación de los funcionarios
públicos que las servían.
Por resumir
esta idea, el equivalente al cameralismo es lo que actualmente se llama “cuadro
económico”, más la gestión de la Hacienda Pública. Por ejemplo, todos los
países presentan datos que le son requeridos por organismos internacionales
para hacer comparaciones e, incluso, para concederles subvenciones,
financiación de proyectos, etcétera. Sólo por citar algunos expreso los
siguientes: Producto Interior Bruto (PIB); Renta Disponible de las Economías Domésticas;
Población Activa; Nivel de Empleo; Tasa de Paro; Presupuestos Generales del
Estado (PGE); Endeudamiento del Sector Público; Endeudamiento del Sector
Privado; Legislación Laboral; Sistema Tributario; Fiscalidad; etcétera, etcétera.
El cameralismo
no era una ciencia económica sino una “práctica económica”. Quienes la
defienden tienen sus argumentos, acentuados mucho más en estos tiempos, ya que
la estructura e instituciones económicas internacionales, tales como el Fondo
Monetario Internacional (FMI); Banco Mundial (BM); Organización Mundial del Comercio
(OMC); Organización y Cooperación para el Desarrollo Económico (OCDE); Instituciones
Económicas de las Naciones Unidas y otras más, sirven para dar consejos; vigilar;
ayudar; inspeccionar y enviar a los “hombres de negro” para limitar la
soberanía económica de un Estado si lo consideran conveniente.
Conclusión:
bonita palabra la de “cameralismo” y la profesión de “cameralista”. Ha servido
para fortalecer y separar los Estados nacionales europeos en los últimos
quinientos años, yo creo que por el camino que vamos también va a servir para
fortalecer y superar España convirtiéndola en Comunidades Autónomas. En tal
supuesto ya no se estudiaría economía española, sino “cameralismo”, pero no a
la enseñanza de la disciplina y culto al Estado, sino que sería la indisciplina
y “corte de mangas” que las Comunidades Autónomas harían a lo que, en algún
momento, se ha llamado “Estado español” o “Reino de España”.
Un
afectuoso saludo.
Vicente Llopis Pastor
26 de abril de 2021
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