“Vanitas, vanitatum et omnia vanitas”, traducido al español, “vanidad de vanidades y todo vanidad”. Palabras con las que el Eclesiastés (1,2) deplora el vacío y la nada de las cosas de aquí abajo, es decir, del mundo terrenal. La vanidad se define como la creencia excesiva en las habilidades propias o la atracción causada hacia los demás. Es un tipo de arrogancia, engreimiento, una expresión exagerada de la soberbia. De acuerdo con la Teología cristiana clásica, la vanidad consiste en depositar la confianza en forma excluyente en las cosas mundanas, lo que hace que el ser humano no necesite de Dios. Es considerado muy a menudo como el “vicio maestro”. En algunas enseñanzas religiosas se la considera como forma de idolatría, en la que la persona en función de sus deseos y actos mundanos, rechaza a Dios en su vida cotidiana. Las historias de Lucifer y Narciso son ejemplos demostrativos de lo que puede llegar a ser un completo vanidoso. Está considerada como uno de los Siete Pecados Capitales por la Iglesia Católica.
Lucifer, en la tradición cristiana es sinónimo de Lucero, y representa al “Ángel Caído”, que ha sido expulsado del Cielo por desobediencia o rebelión contra los mandatos de Dios. El libro “Génesis” lo muestra como la serpiente que engaña a los seres humanos incitándoles a que no sigan los preceptos establecidos por el Creador para poder así llegar a ser como Dioses. Es la pura vanidad transformada en orgullo. En la mitología griega aparece la figura de Narciso, un joven con una apariencia bella, hermosa y llamativa. Todas las mujeres y hombres quedaban enamorados de él, pero éste los rechazaba. Para castigar su vanidad y engreimiento, Némesis, la Diosa de la Justicia Retributiva, la Solidaridad y la Venganza, el Equilibrio y la Fortuna, hizo que Narciso se enamorara de su propia imagen reflejada en un estanque. Absorto en una autocontemplación, incapaz de separarse de su imagen, intentando besarla, acabó cayendo en las aguas, ahogándose en ellas. En el sitio en donde su cuerpo había caído creció una hermosa flor que hizo honor al nombre y la memoria de Narciso.
En la Iglesia Católica, la vanidad está incluida dentro de los Siete Pecados Capitales. Se le llama “Soberbia”, y contra ella está la virtud de la “Humildad”. La vanidad puede hacernos caer en el “narcisismo” que es la admiración excesiva y exagerada que siente una persona por sí misma, por su aspecto físico o por sus dotes o cualidades. La Psiquiatría y el Psicoanálisis han estudiado este fenómeno del narcisismo, que alude a una persona normal, pero que puede manifestarse de una forma patológica extrema en algunos desórdenes de la personalidad, en los que el paciente sobreestima sus habilidades y tiene una necesidad excesiva de admiración y afirmación.
Evagrio Póntico, o “Evagrio El Monje”, también llamado “El Solitario” (345-399), monje asceta cristiano, incluyó la vanidad como una “tentación terrible para el alma” (375), y era la más letal de todas las tentaciones. Posteriormente, en el año 590, el Papa San Gregorio Magno (540-604) reexaminó la lista, y a dichas tentaciones les llamó “Pecados Capitales”, y proclamó que eran mortales. Para este Papa, la vanidad era el peor de los Siete Pecados Capitales, ya que contiene la semilla de todo el Mal; manifestando que “la vanidad es el comienzo de todos los pecados”.
La frase latina “vanitas, vanitatum et omnia vanitas”, es una de las más conocidas
y repetidas de las Escrituras Sagradas. Aunque escrita originalmente en hebreo,
fue esta versión latina la que se hizo más famosa, hasta el punto de
convertirse en un dicho popular. El libro “Eclesiastés” es, en primer lugar, la autobiografía de la vida y de la
sabiduría del hijo de David, Rey de Jerusalén, Qohélet. Qohélet es una palabra
hebrea, que quiere decir “El Predicador”, y en el citado libro se acepta, en el
sentido de “El libro o las palabras o la reunión de enseñanzas de aquél que
predica o profesa”. Los vanidosos también envidian. Por más que esto parezca el
contrario de lo que se comprende por una persona vanidosa, el hecho es que el
vanidoso nunca está satisfecho. Él siempre quiere más. Igualmente en el
Eclesiastés (5:10) se lee “El que ama el
dinero, no se saciará de dinero; y el que ama el mucho tener, no sacará fruto.
También esto es vanidad”.
Sobre la vanidad han escrito teólogos,
poetas, pensadores, polímatas y humanistas. Voy a darles algunos ejemplos:
“¿Dónde
está la utilidad,
De
nuestras utilidades?
Volvamos
a la verdad,
Vanidad
de vanidades”.
(Antonio Machado Ruiz (1875-1939),
poeta español).
“En
muchas ocasiones hacemos por vanidad o por miedo lo que no haríamos por deber”.
(Concepción Arenal Ponte (1826-1893),
experta en Derecho, pensadora, periodista y poetisa española).
“Estoy
convencido de que la vanidad es la base de todo, y que hasta esto que llamamos
"conciencia" no es otra cosa que la vanidad interior”.
(Gustave Flaubert (1821-1880),
escritor francés, uno de los mejores novelistas occidentales).
“La
virtud no iría tan lejos si la vanidad no le hiciese compañía”.
(Françoise La Rochefoucauld
(1613-1680), escritor, aristócrata, político, militar, poeta y filósofo
francés).
“Agradecemos
más el que se nos encomie el talento con que defendemos una causa, que no el
que se reconozca la bondad o verdad de ella”.
(Miguel de Unamuno y Jugo (1864-1936),
escritor y filósofo español, de la Generación del 98, Rector de la Universidad
de Salamanca).
“Con
el aire se hincha el odre, y con la vanidad el hombre”.
(Refranero español, de Francisco
Rodríguez Marín (1855-1943), polígrafo y paremiólogo).
“En
el viejo se loa su buena mancebía”.
(Juan Ruíz, el Arcipreste de Hita
(1283-1350), autor de “El Libro del Buen Amor”, uno de los más importantes de
la literatura medieval española).
Y así. Y así. Y así sucesivamente. El
idioma español es el más rico que existe en temas de vanidad, orgullo y
egolatría. ¿Por qué será?
Estimado lector, un afectuoso saludo.
Vicente
Llopis Pastor
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