El lunes 11 de marzo de
2002 fallecía James Tobin, premio Nobel de Economía del año 1981. Nacido en
Champaign (Illinois), Estados Unidos, en 1918. James Tobin se doctoró por la
Universidad de Harvard, siendo profesor en dicha Universidad, y posteriormente
en la de Yale, hasta su jubilación en 1988. Miembro del Consejo de Asesores
Económicos del Presidente Kennedy, fue asimismo asesor de la Reserva Federal
estadounidense, de la Fundación Ford y Director de la Cowles Foundation.
Especializado en Teoría Económica General, Teoría Monetaria y Fiscal, y en
problemas relacionados con el ciclo económico, es uno de los más ilustres
representantes de las tendencias postkeynesianas, directamente enfrentadas con
las tesis de la “Escuela de Chicago”, siendo un defensor de medidas de política
económica de corte neokeynesiano y antimonetarista, es decir, del
intervencionismo que resulte admisible en los modernos Estados de derecho en
cuanto a lo que se estime conveniente para la actividad económica, frente a la
mera pasividad del Estado gendarme liberalista que es propugnado por el
capitalismo a ultranza.
Entre sus obras más importantes, y traducidas al español,
destacan: “Economía política nacional” (1966); “Macroeconomía” (1972); “La
nueva economía de una década después” (1974); “Consumo y econometría” (1975);
“Acumulación y actividad económica” (1980) y “Teoría política” (1982).
En 1981 recibió el premio Nobel de Economía por sus
aportaciones al tratamiento de los problemas que causan los desajustes entre
consumo e inversión y de los niveles de producción, empleo y salarios.
Pero su popularidad le vino mucho después, de la mano de
los grupos antiglobalización. Sabido es que el fenómeno de la globalización es
un proceso por el cual la economía de cada país se va integrando de forma
progresiva en la economía internacional, de modo que su evolución depende cada
vez más de los mercados y presiones externos y menos de las políticas
económicas de sus propios gobiernos. Es en los mercados financieros en donde la
globalización se muestra con toda su crudeza, apareciendo el proceso de
integración de dichos mercados a lo largo de todo el mundo, junto con la
tendencia a la eliminación de las fronteras entre los diferentes tipos de intermediarios
financieros. Esto conlleva a que los grandes operadores mundiales, que suelen
ser de los países más ricos, desarrollen sus actividades con estrategias
internacionales, actuando sobre los mercados extranjeros y, dado su poder,
influyan en exceso e, incluso, determinen las economías de los países más
débiles, con el consiguiente mantenimiento de la sombría dicotomía: países
pobres – países ricos.
Ante ello, James Tobin propuso lo que ha venido en
llamarse “tasa Tobin”, que en realidad no es una tasa, sino un impuesto, que
gravaría los flujos de capitales a nivel mundial y con ella se podría combatir
las oscilaciones en los mercados de valores y ayudar a la estabilidad de los
tipos de cambio entre las monedas, ya que la inestabilidad cambiaria puede
traer nefastas consecuencias. Las cantidades recaudadas por la aplicación de
este impuesto serían destinadas a la cooperación en el desarrollo y a la
prevención de las crisis económicas.
Así concebida, es natural que la “tasa Tobin” sea una de
las reivindicaciones de los antiglobalizadores; y que la figura intelectual de
su autor, James Tobin, sea tomada como adalid de aquéllos, y que pase a la
posteridad como uno de los más influyentes y representativos pensadores en
temas económicos del siglo XX. Siguiendo esta línea, la mayoría de los países
europeos han creado dicha “tasa Tobin”, que en el caso de España, fue aprobada
en Consejo de Ministros en febrero de este año, habiendo superado el camino
parlamentario y que se va a poner en funcionamiento a partir del 1 de enero de
2021, denominándose “Impuesto a las Transacciones Financieras” (ITF),
anticipándose al resto de países europeos que tienen previsto ponerlo en
funcionamiento pero esperan a negociar con Estados Unidos y otros países esta
“tasa Tobin” junto con la “tasa Google”, que es un gravamen digital. España se
ha anticipado, creo que con cierta audacia, respecto a sus socios europeos, y
calcula que para el próximo año 2021 tiene prevista una recaudación de 850
millones de euros. Esta tasa es exclusiva para las empresas cotizadas con más
de 1.000 millones de euros de capitalización, no se aplicará ni a la Deuda ni a
los derivados, y habrá excepciones como las salidas a Bolsa, las necesarias
para el funcionamiento de infraestructuras del mercado, las de reestructuración
empresarial y las que se realicen entre sociedades del mismo grupo y las
cesiones de carácter temporal. Parece ser que en estos momentos, en España, hay
sesenta y cuatro compañías susceptibles de aplicarles dicha “tasa Tobin”.
La “tasa Tobin” también tendrá un impacto sobre los
fondos de inversión y planes de pensiones que inviertan en acciones de la Bolsa
española, gravadas por este impuesto, lo cual mermará la rentabilidad a los
fondos de inversiones y a los planes de pensiones. Bankinter ha manifestado lo
siguiente: “el hecho de que en el seno de
la Unión Europea y de la Eurozona no se haya llegado a un acuerdo nos indica
que hay países que están dispuestos a lo contrario, a no imponer tasas, para
favorecer que sea en sus jurisdicciones donde se realicen las transacciones que
se gravan en otros. Por esto, si se decide cualquier norma de este tipo,
debería ser comunitaria y, tras la valoración de los efectos derivados no
deseados que conlleva”. Igualmente, desde la empresa “Bolsas y Mercados
Españoles” (BME) ya tacharon la medida de “negativa y poco oportuna”, alertando
de que en países cercanos “los importes
recaudados son significativamente inferiores a los proyectados” y que lo
que han conseguido es introducir “distorsión
en los procesos de toma de decisión de inversiones”. Igualmente, el
servicio de estudios FUNCAS de la Confederación Española de Cajas de Ahorros
(CECA), ha comunicado lo siguiente: “es
previsible que genere una deslocalización de inversiones hacia otras
jurisdicciones; para mitigar los efectos colaterales derivados del
establecimiento unilateral del impuesto en España, considerando que su
implantación debería llevarse a cabo de manera global o, al menos, coordinada
con todos los países miembros de la Unión Europea”.
Estimado lector, el paradigma de conocimiento de James
Tobin, Premio Nobel de Economía, se ha materializado en la llamada “tasa
Tobin”, y España, con la temeraria audacia de un torero, se ha lanzado sola al
albero de la plaza de toros, sin contar con el resto de países europeos, es
decir, que no tiene una cuadrilla que le ayude y le apoye.
Querido lector, un saludo, montera en mano.
Afectuosamente.
Vicente Llopis Pastor
30 de noviembre de 2020
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