Continuando con mis artículos sobre
los Siete Pecados Capitales, hoy voy a escribir sobre la “Avaricia”. Es el
penúltimo de ellos sobre los que he prometido hablar, el último, dentro de unos
días será la “Pereza”. La concepción de la Avaricia que se tiene en el lenguaje
ordinario es la de “afán de poseer muchas riquezas por el sólo placer de
atesorarlas, sin compartirlas con nadie”. Esta concepción es muy simple y
habría que acudir a una más amplia, que es la que nos ofrece el catecismo católico,
como Pecado Capital, más matizado y que expresa “el afán o deseo desordenado de
poseer riquezas, bienes, posesiones u objetos de valor abstracto, con la
intención de atesorarlas por uno mismo, mucho más allá de las cantidades
requeridas para la supervivencia básica y la comodidad personal”.
En
el citado Catecismo, la Avaricia es un término que describe muchos tipos de
pecados. Estos incluyen deslealtad; traición deliberada, especialmente para el
beneficio personal, como el caso de dejarse sobornar; búsqueda y acumulación de
objetos; estafa; robo; asalto, especialmente con violencia, engaño o
manipulación de la autoridad. Son todas acciones que pueden ser inspiradas por
la Avaricia. Es de destacar también la corrupción y la desigualdad social. Tales
actos pueden incluir la simonía, ésta última considerada como la pretensión de
la compra o venta de lo espiritual por medio de bienes materiales. Existe la
virtud de la generosidad, que es el hábito de dar o compartir con los demás sin
recibir nada a cambio, y que se acepta extensamente en la sociedad como algo
deseable.
La
Avaricia viene del latín “avaritia”. Junto a la Avaricia puede surgir la
“codicia” que es el afán excesivo de riquezas, sin necesidad de aplicarla a un
uso noble. En el idioma español se pueden utilizar palabras sinónimas o
parónimas; por ejemplo mezquindad, tacañería, sordidez, roñosería, avidez,
rapacidad, acaparamiento, acumulación y tantos otras que caracterizan a la
persona como un ser ruin, acumulador, amasador, escatimador, cicatero, explotador,
abusador y otros múltiples vocablos que nos dan a conocer la ruindad de la
persona y su apego a los bienes materiales que adquiere, roba o toma posesión
con recelo hacia las demás personas, a quienes no ofrece nada de su posible
inmensa fortuna material, no atiende a las peticiones que les puede hacer un
familiar, amigo o conocido. En el fondo es la más genuina representación del
“egoísmo material” de cualquier ser.
Como
concepto psicológico y secular, se la considera como un deseo desordenado de
adquirir y poseer más de lo que uno necesita. El grado de alteración mental
está relacionado con la incapacidad de controlar la reformulación de sus
“deseos” en el momento que las necesitan. El destacado psicoanalista, psicólogo
social y humanista alemán, de origen judío, Erich Seligmann (1900-1988)
describe la Avaricia como “un pozo sin
fondo que agota a la persona en un esfuerzo interminable de satisfacer la
necesidad sin alcanzar nunca la satisfacción”. Los psicólogos hablan del
“síndrome de acumulación compulsiva”, también llamado “disposofobia”, que es un
trastorno caracterizado por la tendencia a la acumulación de artículos u
objetos en forma excesiva, en referencia a cantidades socialmente aceptadas y
la incapacidad para deshacerse de ellos, incluso si los artículos u objetos no
tienen valor. Aunque no está del todo claro, puede llegarse a la situación
patológica de un “trastorno obsesivo-compulsivo” o el “síndrome de Diógenes”,
éste último como la situación extrema a la que puede llegar una persona con un
total abandono personal y social así como con el acaparamiento voluntario y la acumulación
de grandes cantidades de basura y desperdicios.
En
la literatura y arte, la Avaricia ha estado presente y representada. Como icono
se le da el de “lobo hambriento”; en la
Mitología Griega, aparece Tántalo, hijo de Zeus y de la oceánide Pluto, quien
fuera Rey de Frigia, y que se sumió en la parte más profunda del inframundo,
reservada al castigo de los malvados por su Avaricia. Para expresar que la
Avaricia sólo hace bien cuando muere, los italianos le han dado por divisa una
“víbora”, en el sentido de que hiere cuando vive y, después de muerta, cura.
Francisco de Goya y Lucientes (1746-1828), pintor español, tiene variadas
estampas y huecograbados que presentan el pecado de la Avaricia; Dante
Alighieri (1265-1321), en su “Divina Comedia”, la sitúa en el Purgatorio, en
donde los avaros están obligados a arrodillarse sobre una piedra; Miguel de
Cervantes Saavedra (1547-1616), universal escritor español, en su inmortal obra
“El Quijote” segunda parte, capítulo veintiséis dice: “La codicia rompe el
saco”, una trágica consecuencia para quien está dominado por la Avaricia.
Añadamos algunas frases de grandes escritores, como el griego Epicuro (341
a.C-270 a.C), quien dijo “¿Quieres ser rico? Pues no te afanes en aumentar tus
bienes, sino en disimular la codicia”; el escritor romano Publio Sirio (85
a.C-43 a.C), expresa “Al pobre le faltan muchas cosas, al avaro, todas”; no
podemos olvidar a nuestro Miguel de Cervantes (1547-1616), que dice “Dos
gorriones sobre la misma espiga no están mucho tiempo juntos”; George Herbert
(1593-1633), expresa “El mezquino lleva en sí mismo su propio infierno”; o el
proverbio belga que nos indica “El avaro desuella a un piojo para obtener su
piel”. Infinidad de escritores han creado personajes dominados por la Avaricia,
tal es el caso de la obra “El avaro” del escritor francés Molière (1622-1673).
La Iglesia Católica nos indica que contra el pecado de la Avaricia está la
virtud de la largueza o generosidad; que supone compartir, fijar objetivos,
realizar buenas acciones, pensar en los demás, unirse a la organización social
que le envuelve y no dar demasiada importancia a los bienes materiales.
Y
cierro este artículo con la siguiente fábula que aprendí de niño:
Un ricachón mentecato,
Ahorrador empedernido,
Por comprar jamón
barato,
Lo llevó medio podrido.
Le produjo indigestión,
Y entre botica y
galeno,
Gastó doble que en
jamón,
Por no comprar jamón
bueno.
Hoy afirma que fue un loco,
Puesto que economizar,
No es gastar mucho ni
poco,
Sino saberlo gastar.
Amado lector, hasta el próximo artículo, sobre la
“Pereza”, con la que completo los Siete
Pecados Capitales del Catecismo Católico. Contra la Pereza, está la diligencia.
Así que “diligentemente” voy a escribirlo. Pero permítame que tarde unos días.
Le prometo que serán pocos. He de descansar. El descanso no es Pereza. Pero
descansar en demasía puede ser síntoma de perezoso o vago. No quisiera caer en
ello.
Estimado
amigo, hasta el próximo artículo; un saludo afectuoso, sin abrazarnos, ya que
las instrucciones del Gobierno para superar la pandemia de la Covid-19 no lo
permiten.
En
tal caso nos seguiremos comunicando por escrito mediante este blog.
Vicente
Llopis Pastor
28 de octubre
de 2020
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