Comenzaré dando una definición de
“dinero”. Dinero es todo aquello que, siendo susceptible de dividir en unidades
homogéneas, se acepta de modo general, por sus características y disposiciones
legislativas, como medio liberatorio de cobro y pago para todo tipo de
transacciones. Es una definición muy generalista y algo anticuada porque en los
tiempos actuales el dinero se considera como un “activo financiero” que tiene
que cumplir algunas condiciones. Un “activo financiero” es un documento que da
a su poseedor la posibilidad de participar en el flujo financiero de una
economía; dicho de otro modo, el poseedor de dicho activo puede exigirle al
emisor que los transforme en dinero líquido o de otro tipo.
El
dinero, para ser considerado como tal, ha de ser analizado desde tres puntos de
vista: liquidez; rentabilidad; y seguridad. A) Liquidez. Significa la posibilidad de transformarlo, al
instante, en efectivo, por eso cuando
una persona tiene una cuenta corriente en un banco y puede disponer de su saldo
de inmediato, sin mermas de su valor, es “dinero”, pero si lo tiene en una
cuenta a plazo fijo u otro tipo de activo documentado, no es “dinero”
propiamente dicho, porque ha de esperar a que llegue la fecha de vencimiento
para poder disponer de su cuantía, por lo que no es totalmente líquido y, en
estos casos, se le denomina “cuasi dinero”. Incluso si el banco tiene la
gentileza de entregarle la cuantía de dicho depósito a plazo; cosa bastante
infrecuente porque no se cumplen los requisitos del contrato firmado entre
cliente y banco; este último penaliza cobrando algún interés por anticipar el
vencimiento y una comisión, con lo cual se merma su valor y no reúne el
requisito de su total liquidez; no es “dinero”, pero sí que es “riqueza” para el
titular. Tampoco es dinero un cheque contra una cuenta corriente de un titular
en un banco, aunque esté conformado por la propia entidad bancaria, ya que tan
sólo es una “promesa” de dinero y el cheque es una forma de movilizarlo. B) Rentabilidad.
El dinero, como activo financiero, puede dar un rendimiento, llamado “interés”,
que se calcula según el tiempo durante el cual haya estado depositado,
normalmente abonado por trimestres o por años, según los casos. Desengáñese,
amigo lector, porque actualmente los bancos no suelen retribuir con intereses
las cuentas corrientes o depósitos a la vista de sus clientes. Al contrario, lo
más común es que le cobren una comisión de mantenimiento con lo que están
desvirtuando la consideración de “dinero” que tienen estas cuentas. C) Seguridad. Indudablemente el dinero
en metálico y los billetes son totalmente seguros, porque es “dinero” por su propia
definición y, según las matemáticas, un número es igual a sí mismo. Cuando el
dinero lo tenemos depositado en una entidad bancaria, la seguridad es relativa,
ya que el banco puede tener dificultades de liquidez, incluso quebrar, en este
último caso, el Fondo de Garantía de Depósitos (FGD), supervisado por el Banco
de España y el Banco Central Europeo (BCE) sólo garantiza la cuantía de cien
mil euros por persona, independientemente del número de cuentas que mantengamos
y de la cuantía de depositada en la misma entidad, aunque ésta llegue a ser
multimillonaria.
Conforme
a lo que he expuesto, el “dinero” que se computa en una economía consiste en: “dinero
legal”, que es el que posee en sus manos, bolsillos, o cajas fuertes, cada ciudadano,
más el “dinero bancario” que es la cuantía de los depósitos en cuenta corriente
y cuentas a la vista en los bancos comerciales. Éste es el ortodoxo dinero, que
sumando ambos términos se denomina “Oferta Monetaria” o, séase, el “dinero legal”
que ha emitido el banco emisor, en el caso de España el BCE, más el “dinero
bancario”, que se ha generado por nuestros depósitos en los bancos y por los
créditos disponibles a la vista que nos conceden los bancos. Todo lo demás,
cuentas a plazo fijo; deuda subordinada; acciones; obligaciones emitidas por el
Estado; activos financieros que se cotizan en las Bolsas; oro; plata; alhajas;
obras de arte; mobiliario; casas; pisos; chalés; etcétera, etcétera, no son
dinero propiamente dicho, sino que son “riqueza” para los titulares o para los
poseedores, ya que éstos últimos no necesariamente tienen la propiedad, sino
que pueden haberlos robado o encontrado, con lo que consiguen mantener una
riqueza ganada por vías ilegales. Esta “riqueza” nos da seguridad, e incluso si
es muy alta, ya mete el Estado sus narices de gran “sabueso” y nos puede
aplicar el llamado “Impuesto de Patrimonio” que en la España actual está transferido
a las Comunidades Autónomas y hay que cerciorarse de lo que pueden hacer los
políticos y los dirigentes de estas Comunidades con nuestra riqueza o patrimonio.
Pero
aquí no acaba la cosa, ya que, amén del “dinero” tenemos el “cuasi dinero”, las
facilidades crediticias que nos pueden conceder las entidades bancarias, y un
nuevo “invento”, las “tarjetas de crédito”, que no son de “débito”, que emiten
las entidades bancarias y algunas grandes superficies, hipermercados,
supermercados y demás, que suelen tener un límite pero que hacen el mismo
servicio que el “dinero” ya que con ellas pagamos una buena parte de nuestros
gastos en alimentación, vestidos, transportes, educación, ocio, etcétera. Esto es
consecuencia de la modernidad y de la capacidad tecnológica y de teleproceso
que ha alcanzado nuestra sociedad. Ante este hecho, ya no tiene mucho sentido
hablar de la “oferta monetaria”, que sería la cantidad de dinero en circulación,
séase legal o bancaria; ya que las dichosas tarjetas suelen tener mayor
movimiento que el dinero físico, llegándose al extremo de que en algunos
comercios, restaurantes, hoteles, tiendas de objetos de lujo y otros, sólo
aceptan tarjetas de crédito, o débito, y rechazan el “dinero” en efectivo.
Me
parece muy bien que las tarjetas, domiciliaciones de pagos, transferencias, cobro
de salarios, cobro de pensiones y otras actividades dinerarias ya no se
materialicen con dinero “cantante y sonante”, hasta el extremo de que yo
calculo que en dinero físico en mano sólo se hacen aproximadamente un cuatro
por ciento de las transacciones dinerarias y el noventa y seis por ciento
restante se hace mediante transferencias, traspasos, abonos y demás, por
ordenadores electrónicos e, incluso, mediante teléfonos móviles. Es el gran
avance del desarrollo de nuestra sociedad en la que máquinas, robots y otros utensilios
están funcionando sin que las personas tengamos que manejarlos. Se está
planteando el que, a largo plazo, ¿cuántas personas tendrán un empleo?, porque
las dichosas máquinas les van a sustituir en su trabajo.
Pero
hay otra cuestión, como ahora ya no es significativa la “oferta monetaria” se
ha sustituido por otra definición de difícil cuantificación, llamada “activos
líquidos en poder del público” que se acerca más a lo que es la corriente
dineraria de la economía. Por eso las autoridades monetarias exigen a las
entidades bancarias cuál es la cuantía “potencial” de los créditos de libre
disposición a favor de sus clientes, que es probabilístico y aleatorio y si,
además, las numerosas tarjetas emitidas por grandes superficies, supermercados
y demás, las autoridades gubernamentales no saben con exactitud la cuantía de
dicha “liquidez” existente en manos de los ciudadanos de su país, no pueden
usar las armas de “política monetaria”, muy necesarias para desarrollar una
economía y controlar la inflación. Estas armas solían ser la fijación del tipo
de interés; la posibilidad de redescuento de pagarés o de deuda pública del
Estado en el Banco de España; la limitación de los créditos a conceder por los
bancos comerciales; etcétera. Consecuentemente ya no son tan útiles dichas
armas de “política monetaria” y han de ser sustituidas por otras, o no usar la política
monetaria, algo inconcebible porque el caos monetario es el principio del
derrumbe de un Estado.
En
lo posible seguiré informando sobre este tema, que es de suma envergadura, y hacia
el cual me he sentido interesado, no de “interés” como retribución de depósitos
bancarios o de créditos, sino de “interés” como inclinación, atención y predilección
para conocer su funcionamiento.
Acabo
el artículo y le aplico mis cálculos monetarios; le he dedicado poco más de una
hora en redactarlo, que no ha sido retribuida; y me he gastado entre papel,
bolígrafo, uso del ordenador y tinta para la impresora, menos de un euro. Espero
que esta reducida cuantía no perturbe los cálculos y decisiones de los sesudos
economistas y los eficientes manejadores de la “política monetaria” de España.
Estimado
lector, sea usted feliz; entréguese a lo que más le guste; piense en su dinero propio; pero no se
preocupe por la “política monetaria”, ya que se suele medir en cuantías
astronómicas, y no son otra cosa que cifras; cifras; cifras; números; números;
números. O como dice William Shakespeare (1564-1616) en su tragedia “Hamlet”,
no son más que palabras; palabras, palabras…
Un afectuoso saludo.
Vicente
Llopis Pastor
29 de septiembre de 2020
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