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LA BUROCRACIA EN UN ESTADO DEMOCRÁTICO

En el Plan de Estudios de la Licenciatura en Ciencias Económicas que yo cursé hace más de cincuenta años en la Universidad Complutense de Madrid, había una significativa asignatura llamada Derecho Político, que se cursaba en los primero años de dicha Licenciatura. Era una interesante materia que, junto con “Fundamentos de Filosofía”; “Sociología y Sistemática de las Ciencias Sociales”; “Historia Económica”; “Historia del Pensamiento Económico”; “Fundamentos de Derecho” y algunas otras, formaban un cuerpo de conocimientos que resultaban muy útiles para estudiar la Economía, considerándola como una Ciencia Social y complementada con estudios cuantitativos y lógicos de materias como “Análisis Matemático”; “Matemáticas para Economistas”; “Estadística”; “Econometría” y algunas otras. Era un excelente Plan de Estudios, muy ecléctico y con un amplio abanico de conocimientos.

De especial agrado me resultó la asignatura de “Derecho Político” que contenía las distintas formas de organización de un colectivo, al que podíamos llamar “Estado”, que regía el comportamiento cívico y ciudadano de las personas que querían participar en el papel de protagonistas en las decisiones del tal llamado Estado. Las corrientes para estudiar este concepto solían venir de planteamientos filosóficos y sociológicos, los cuales, a mi entender, son tres: la corriente de pensamiento germánico, que solía llamarse “Teoría del Estado”, y que se asentaba en un concienzudo análisis de una institución que había que preservar, defender y participar, que era el Estado, con raíces muy estructuradas y enfoque del Gestalt propios del pensamiento alemán; otra era la línea anglosajona, llamada “Derecho Político”, que no daba demasiada atención a los fundamentos teóricos y apenas contaba con material escrito, era el “Pragmatismo” anglosajón, que tiene sus pilares en la tradición y estaba poco constreñido a voluminosos textos escritos; la tercera solía ser la propia de países como Francia o España, que denominaba a esta materia como “Derecho Constitucional” y que ha servido de base a lo que se llama la “Constitución” como Ley de Leyes o, si se quiere, el marco del que no se puede salir, ya que fuera de él no se aceptaba el juego político.

Estas teorías presentaban, a su manera, el concepto primigenio de Estado y se establecían planteamientos democráticos, autocráticos, republicanos, monárquicos, dictatoriales. Se aceptaba el contenido de “El espíritu de las Leyes” (1748) de Charles Louis de Secondat, Señor de la Brède y Barón de Montesquieu (1689-1755), con la división de poderes Legislativo, Ejecutivo y Judicial. En base a aquellas concepciones que el Catedrático de la Universidad de Madrid, don Antonio Carro Martínez (1923-2020) nos imbuía a los entonces casi barbilampiños jóvenes y aplicándolas a la definición del Estado Español actual, yo diría, desde el punto de vista teórico, que actualmente España es un Estado conformado en una Monarquía Parlamentaria, de planteamientos democráticos, separación de poderes Legislativo, Ejecutivo y Judicial, y con una Constitución que fue aprobada y refrendada por el pueblo español en el año 1978 y en la que aparecen instituciones, para mí algo sorprendentes, llamadas “Comunidades Autónomas”, que creo que no favorecen la agilidad que ha de tener un Estado moderno en el siglo XXI en el que los organismos internacionales, la globalización económica y la instantaneidad de las comunicaciones no parecen justificarlas. Para mí son unas referencias históricas de lo que, hace bastantes siglos, supuso la Reconquista de Hispania, en poder del Islam, y que distintos reinos cristianos difícilmente se ponían de acuerdo en la lucha contra el invasor islámico. Estos invasores ocuparon toda Hispania en un breve periodo de tiempo; en cambio se necesitaron casi ochocientos años para poder expulsarlos, todo por la falta de unidad de aquellos minúsculos reinos cristianos. Tal vez pudiera hacerse hoy una comparación de lo que entonces fueron aquellos reinos cristianos con lo que ahora son las Comunidades Autónomas dentro de nuestra Constitución de 1978.

Pero de lo que yo prefiero hablar es de un concepto de la práctica política que es la “Burocracia”. Esta Burocracia no es la que de forma peyorativa se usa en el lenguaje ordinaria y de la que, a veces, las personas, no muy cultivadas, la desprecian y no le dan valor, atacándola de tal manera que es así como un lastre, peso, rémora o carga que no sirve para nada y que se limita a “estar” y no a “hacer”. Craso error, ya que la Burocracia bien entendida es el gozne sobre el que gira la funcionalidad del Estado y la estructura permanente para llevar a cargo las funciones asumidas por el Estado, liberal o no, democrático o dictatorial, republicano o monárquico o cualquier otra forma de gobierno.

Refiriéndome al citado Catedrático, don Antonio Carro Martínez, éste daba mucha importancia a la existencia de una bien preparada Burocracia, a la que definía como “La Burocracia es precisa para aplicar los criterios de racionalización a fin de lograr una actuación eficaz, para lo cual se hace precisa la existencia de un cuerpo de técnicos y empleados que respondan a los principios de especialización y división del trabajo”. Es el principal sostén del régimen político. Así lo entienden las naciones avanzadas, las cuales mantienen escuelas de altos estudios para preparar a las personas que van a mantener una eficiente burocracia, así es en Francia, al igual que en Reino Unido, Alemania y otros pueblos cultos y estables.

España también intenta mantener una Burocracia eficiente, pero la vía para alcanzarla es otra; son las Oposiciones al Cuerpo Diplomático; Abogados del Estado; Letrados de las Cortes; Técnicos Comerciales del Estado; Jefes Superiores y de Primera Clase de la Administración Pública; Secretarios e Interventores de Ayuntamientos de Primera Clase; Inspectores de Finanzas del Estado; Subinspectores de Hacienda; Inspectores de Trabajo, etcétera, etcétera. Pero ahora está algo desvirtuada porque la aparición de las Comunidades Autónomas y las decisiones de éstas, en ocasiones, se contradicen con la Administración Central del Estado, lo cual está dando más trabajo y una enorme confusión a los ciudadanos o a los profesionales que hacen gestiones con Organismos Públicos, como abogados, gestores administrativos, economistas y otros.

Una evidencia de ello es la situación a la que hemos llegado como consecuencia de la pandemia de la Covid-19, de la que tanto el Gobierno Central como las Comunidades Autónomas han legislado rápidamente y sin coordinación. Los plazos de muchos trámites se han diferido en algunos casos; en otros no, la desescalada ha sido irregularmente interpretada en cada Comunidad y se han encontrado situaciones contradictorias en las que ha habido que plantear recursos de reposición, de alzada o acudir al Tribunal Económico Administrativo para resolver de forma tardía algunas cuestiones. Amén de ello los profesionales que gestionan y representan a los ciudadanos han tenido que presentar la documentación por obligados canales telemáticos y sin omitir ni un sólo número, pues en dicho caso, se invalida la presentación. Mi opinión es la de que los funcionarios no asesoran sino que obligan autoritariamente al profesional o ciudadano.

Puedo citar un caso personal mío, concretamente la herencia de mi hermana fallecida sin hijos, y de la que he sido su heredero universal, que ha gestionado un abogado contratado por mí y que he tenido que acudir a diecisiete ventanillas distintas, a lo largo de un año, para materializar dicha herencia, a pesar de estar asistido por un letrado. También quisiera destacar que en el Régimen anterior a nuestra Constitución de 1978, cuyo Jefe de Estado era un General, había setecientos mil funcionarios y, en la actualidad, son tres millones quinientos mil, muchos de ellos nombrados a dedo o con la consideración de “asesores”. Pavorosa cifra que supone casi un 25% de los empleos fijos que hay en nuestro país. A pesar de ello, las gestiones ante los estamentos públicos no tienen la velocidad de un antílope o una gacela, sino la de una tortuga o un caracol. En fin, es otra cara de lo que la pandemia nos ha traído; amén de la crisis sanitaria y la económica, surge esta crisis administrativa, o de gestión, que conforman un pequeño desbarajuste en el funcionamiento de la Administración Pública Española que, por cierto, tiene una cantidad enorme de ventanillas a las que hay que acudir para sacar adelante algo bueno para nuestro país. España ha creado un nuevo “Leviatán”, especie de monstruo, muy voluminoso, que engulle enorme cantidad de horas, tiempo y trabajo a los ciudadanos. Es decir, lo contrario a lo que explicaba hace medio siglo el Catedrático don Antonio Carro Martínez.

De todas formas saldremos de este atolladero con ingenio y trabajo. Así haremos verídica la gran capacidad de mantenimiento de la Administración Pública Española, que es admirada por algunos países, no sólo ahora, sino a lo largo de nuestra historia. Sobre todo por nuestra espontánea creatividad.

¡Ánimo, queridos españoles! El futuro es nuestro.

 

           

Vicente Llopis Pastor


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