Don Juan es el personaje más universal que ha dado la literatura
española en toda la historia de la humanidad. Conquistador de mujeres,
burlador, fanfarrón, bravucón, jactancioso, fiero, fatuo, orgulloso, presumido
y todas las calificaciones que se le pueden otorgar a un ser amoral, sin ética
de comportamiento, buscador de trances en donde lucir su galanura y, sobre
todo, buscador de favores de las mujeres a las que, una vez poseídas,
desaparece y las olvida. Es lo más cruel que un hombre puede hacer respecto a
las mujeres que ha seducido y a las que no sólo las deja, sino que las olvida;
es decir, se burla de ellas. Es lo más brutal que puede hacer un hombre, que
con su inhumano comportamiento deja destrozadas y deshechas en su amor a las
jóvenes que han sido fascinadas por sus malas artes.
Don Juan es un personaje mítico de la literatura española; su comportamiento
es envidiable para muchos hombres, pero no es un ejemplo a seguir. Es el
amoral, cínico y libertino personaje que, amén de sus fechorías, se jacta de
ellas, expandiéndolas en conversaciones y retando a otros hombres que se
atrevan a alcanzar los “gloriosos” hechos que él ha logrado. Generalmente no
tiene rival, y ello le da la satisfacción de ser un vencedor y de que todo lo
va a conseguir. Amén de que apenas piensa en los demás, ni en la Justicia
Divina, ni en el arrepentimiento, porque en su admirable juventud no se plantea
la salvación de su alma, ya que la ve muy lejana y su moralidad no se cuestiona
este final, a pesar de vivir en un país en el que el catolicismo y la salvación
eterna eran temas de estudio corriente en la Teología católica imperante.
La figura de Don Juan y su mito es fundamentalmente conocida por la
obra teatral “Don Juan Tenorio” (1844), escrita por el poeta vallisoletano don
José Zorrilla y Moral (1817-1873); que añadió el apellido “Tenorio” a un mito
ya existente en siglos pasados bajo el nombre genérico de “Don Juan”. La referencia
anterior del Don Juan de José Zorrilla y Moral la encontramos en la obra “El
burlador de Sevilla y convidado de piedra”, de Gabriel Téllez, Tirso de Molina
(1579-1648), que escribió en el año 1630, que algunos autores llegaron a decir
que se basó en la vida real de un sevillano, don Miguel Mañara Vicentelo de
Leca (1627-1679), cosa imposible ya que, cuando escribió su obra Tirso de
Molina, el citado Mañara apenas contaba con tres años de edad.
Antes de la obra de Tirso de Molina ya se encontraban leyendas e
historias de personajes, reales o de ficción, muy parecidos al de Don Juan. Tal
es el caso de un madrileño del siglo XVI, don Jacobo de Grattis (1517-1619),
más conocido como “Caballero de Gracia”, o como los precedentes “El infamador”
(1581), de Juan de la Cueva (1543-1612) y “El Hércules de Ocaña”, de Luis
Vázquez de Guevara (1579-1644) y, quizás, “Tan largo me lo fiais” (1617), de
Andrés de Claramonte (1560-1626). Incluso hay antecedentes literarios y
verbales en coplas, estribillos y romances del galanteador que, incluso,
desprecia a los muertos y acepta, temerariamente, la invitación de ellos.
Las obras inspiradas en este mítico personaje español son numerosas,
entre las más destacadas estaría “No hay plazo que no se cumpla ni deuda que no
se pague”, de Antonio de Zamora (1660-1727); y multitud de autores extranjeros;
por ejemplo “Don Juan ou le festin de pierre” (1665), del francés Jean Baptiste
Poquelin “Molière” (1622-1673); “El convidado de piedra” (1830), del ruso
Aleksandr Pushkin (1739-1837) y muchos otros, como Carlo Goldoni; Lorenzo de
Ponce, libretista de la obra musical “Don Giovanni”, de Mozart; Alejandro
Dumas; etcétera, etcétera, etcétera. Esto da fe de la aceptación de este
personaje español en la literatura universal y en el mundo de la música y la
danza. Igualmente ha sido filmado en diversas películas de cine mudo, sonoro,
en blanco y negro y en color.
Para mí el Don Juan que más conozco es el “Don Juan Tenorio” (1844), de
José Zorrilla y Moral, que para que lo recuerde cariñosamente el lector, le
dedico estos pasajes de tan inmortal obra teatral:
Parte I. Acto I. Escena I.
¡Cuál gritan esos malditos!
¡Pero mal
rayo me parta
si en
concluyendo la carta
no pagan
caros sus gritos!
Parte I. Acto IV, Escena III
¡Ah! ¿No es
cierto, ángel de amor,
que en esta
apartada orilla
más pura la
luna brilla
y se respira
mejor?
Parte I. Acto IV. Escena X
Llamé al cielo, y no me oyó.
Mas, si sus
puertas me cierra,
de mis pasos
en la Tierra
responda el
cielo, no yo.
Y otros múltiples versos de
inusitada belleza.
Vicente Llopis Pastor
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