Me lo contó un
viejo amigo mío, pródigo en saberes y consejos, hace más de cincuenta años:
Un gallo
viejo ya nota en su cuerpo y en sus espolones que su capacidad para practicar
el amor va menguando. Pierde fuerza, las energías se desvanecen, su capacidad
de lucha es menor, ya no puede contonearse con soltura en el corral. Las gallinas
se dan cuenta y su nivel amatorio es ínfimo o quizás desaparece.
Entonces queda
a expensas de fuerzas ajenas al corral. Ya no decide, ni elige, ni monta, ni
picotea y sus espolones dejan de ser afilados y pasan a ser romos. Entonces el
destino se cierne sobre él y claudica ante quien es más poderoso o pueda hacer
uso de una situación estratégica dominante de otros seres más astutos que se
ceban sobre él y pueden hacerle llegar al fin de sus días por variados caminos.
Uno de los
caminos es el de la cocinera, que lo alimenta y atiende durante un corto
espacio de tiempo hasta que esta última cree que el gallo viejo está en sazón
para hacer un buen caldo. Lo atrapa, retuerce su cuello, obtiene su sangre,
pierde todo lo que ha sido y aparece en la mesa cocido, hervido, escalfado,
tostado, asado o en cualquier otro arte culinario. Es uno de los finales del
gallo viejo.
Pero, puede
desaparecer de este mundo por otra vía, la de la zorra, que como mamífero
astuto y carnívoro busca la forma de entrar en el corral y atacar al gallo. El final
del ataque de la zorra sobre el gallo es destrozarlo, a tiras, aprovecharse de sus
carnes, desplumarlo, quitarle la piel, y de forma artera la zorra se hace con
todo el caudal que el gallo ha podido guardar.
Dos maneras
de llegar al triste final que tiene encomendado la lucha por la vida en este
mundo en el que hay que subsistir y para lo cual es conveniente utilizar todo
tipo de engaños, tretas, astucia, trampas, ardides, picardías y marrullerías.
Así me lo
dijo aquél amigo mío, tan sabio, elegante y culto. Y añadió: Vicente, el
destino final del hombre entrado en años que no ha sabido formar una familia
propia, es decir, el “solterón”, es como el del gallo viejo en el corral. Medita
metafóricamente lo que te digo.
El solterón
al final se casa con su sirvienta, ama de llaves o, digamos, cocinera. Es la
que disfrutará del patrimonio de esta persona mayor. Pero es un final que tiene
cierto decoro y nobleza. Es el de la cocinera expuesta anteriormente y que
sirve y dedica su tiempo al señor.
Otro final
del solterón es el de ser “atrapado” por una zorra, a la que ha conocido en
lugares del alterne, prostíbulos o casas de lenocinio, a los que suele acudir
para matar su soledad. Ahí conoce a alguna mujer que le dedica una pequeña,
aunque falsa, atención, y que el solterón agradece. A veces puede acabar en una
convivencia mutua, tal vez en un extraño matrimonio, o en “nada”. Es decir que
ese “nada” puede consistir en ser “desplumado” por una zorra, como he expuesto
más arriba en el corral.
En ocasiones,
ninguna de estas dos vías se presenta. Si no es así, aparece una tercera vía,
la más lamentable e insidiosa, el gallo viejo muere de inanición en un rincón
del corral, a veces picoteado por un gallo joven de su misma familia y estirpe.
Esta puede
ser la “rueda de la vida”, expresada metafóricamente. Que el lector saque su
propia moraleja.
Vicente
Llopis Pastor
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