Ayer escribí
sobre resiliencia en la que cité el estoicismo como uno de los fundamentos
psicológicos que la definen. Tal como expresé, hoy escribiré sobre
“estoicismo”.
El
estoicismo es una escuela filosófica fundada por Zenón de Citio (334 a.C.-260
a.C.) en Atenas. Es una filosofía de ética personal basada en su propio sistema
lógico y sus puntos de vista sobre el mundo natural. Los estoicos creían que
todo alrededor operaba según una ley de causa y efecto que dotaba al universo
de una estructura racional; pensaban que las personas no podemos controlar lo
que pasa a nuestro alrededor, pero sí podemos controlar lo que pensamos sobre
estos eventos en vez de imaginar una sociedad ideal falsamente positiva.
Su
doctrina filosófica estaba basada en el dominio y control de los hechos, cosas
y pasiones que perturban la vida, valiéndose de la valentía y la razón del
carácter personal. Como seres racionales, su objetivo era alcanzar, basándose
en la tolerancia y autocontrol, la eudaimonía, considerada como felicidad o bienaventuranza, y la sabiduría en
aceptar el momento tal como se presenta, al no dejarse dominar por el deseo de
placer, la recompensa inmediata o el miedo al dolor; en definitiva, se trata de
emplear la mente para comprender el mundo y acogerse al plan de la naturaleza
prescindiendo de los bienes materiales, de trabajar juntos y tratar a los demás
de manera justa.
Los
estoicos son especialmente conocidos por enseñar que “la virtud es el único
bien” para los seres humanos, y que esas cosas externas, como la salud, la
riqueza y el placer, no son buenas o malas en sí mismas, pero tienen valor como
“material para que la virtud actúe”. Junto a la ética aristotélica, la
tradición estoica constituye uno de los principales enfoques fundacionales de
la ética de las virtudes. Los estoicos también sostenían que ciertas emociones
destructivas son el resultado de errores de juicio y que las personas deberían
cultivar una voluntad que esté de acuerdo con la naturaleza. Sobre esta base,
los estoicos pensaron que la mejor indicación de la filosofía de un individuo
no era lo que decía sino cómo se comportaba. Para vivir una buena vida,
postulan, hay que entender las reglas del orden natural.
El
estoicismo, nacido en la Antigua Grecia, pasó a difundirse por la civilización
romana y ha llegado hasta nuestros días según los momentos históricos que se
han ido vivido. Entre ellos Lucio Anneo Séneca (4-65), nacido en Hispania; Epícteto
(65-135), esclavo griego que vivió en Roma; el emperador romano Marco Aurelio
(121-180), y otros que formaron la llamada Escuela Estoica que se difundió por
toda Europa y que influyó en la base de algunas religiones. Los estoicos no
consideraban que sus fundadores fueran perfectamente sabios, con el fin de
evitar el riesgo de que la filosofía se convirtiera en un culto a la
personalidad. El nombre estoicismo se deriva del griego “stoa”, entendido como
pórtico pintado en una columnata decorada con escenas de batallas míticas e
históricas situada en el lado norte del Ágora de Atenas, donde Zenón de Citio y
sus seguidores se reunían para discutir sus ideas.
El
uso moderno de la palabra “estoico” comúnmente se refiere a alguien que es
indiferente al dolor, placer, pena o alegría. Se considera como “persona que
reprime los sentimientos o aguanta con paciencia”. El Diccionario de la Real
Academia Española lo define como “fuerte, ecuánime ante las desgracias y como
fortaleza o dominio sobre la propia sensibilidad”.
Como
detalles complementarios del estoicismo se suele considerar que es una
filosofía que ha conseguido encandilar a personas de toda condición y época;
quien convirtió al estoicismo en una doctrina de relevancia fue Crisipo de
Solos (281 a.C.-208 a.C.); otros filósofos de renombre en la Escuela Estoica
fueron los griegos Cleantes (300 a.C.-232 a.C.); Panecio (185 a.C.-110 a.C.) y
Posidonio (135 a.C.-51 a.C.) y el romano Marco Tulio Cicerón (106 a.C.-43
a.C.). La preocupación principal de los estoicos era el hombre y su moral,
admitiendo dos principios: la materia y la razón; todo ello ligado por una ley
natural y una razón universal. El punto de partida de la ética estoica es que
la verdadera felicidad depende únicamente de nosotros mismos. Por mal que le
vayan las cosas, el estoico nada teme, pues ha alcanzado la ataraxia, la
imperturbabilidad de ánimo.
Todas
estas ideas del estoicismo son las que se incorporan como base de la
resiliencia, sobre la cual escribí ayer.
Como
paso extremo del comportamiento de la Escuela Estoica aparece la llamada
Escuela Cínica, de la que escribiré mañana.
Vicente Llopis Pastor
21 de septiembre de 2024
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