Una
aceptable definición de mercado podría ser la de “lugar de contratación de
bienes y servicios a través de una unidad común que es el dinero”. Para aplicar
en los tiempos actuales esta definición tendrían que quitarse las dos primeras
palabras “lugar de”, y quedaría “contratación de bienes y servicios a través de
una unidad común que es el dinero”.
El lugar
de contratación en nuestros tiempos es totalmente difuso. Los mercados
funcionan sin necesidad de tener una localización geográfica en la que se lleve
a cabo la compra y venta de productos y servicios. Por ejemplo, el mercado del
oro no está situado en un punto determinado en donde se encuentra y se vende el
oro, sino que es en la bolsa de Londres en la que se lleva a cabo la
compraventa y no tiene que estar físicamente presente la mercancía, como es, en
este caso, el oro. Todo ello es aplicable a cualquier producto, sean productos
agrícolas, minería, transporte, mercados financieros y cualquier otra clase de
mercado que se defina según la mercancía que se contrata pues se negocia o
especula en diversos lugares, así sucede con el oro, la plata, el estaño, el
petróleo, nuevas tecnologías y otras variantes. Precisamente esta consideración
y forma de entender esta contratación da lugar a que las economías occidentales
se llamen “economías de mercado”, que es la base sobre la que se sustenta la
actividad económica de estos países.
Si nos
paramos a reflexionar llegaremos a la conclusión de que la base sobre la que se
asienta la economía de un país no es un elemento físico o producto determinado,
sino que es el mercado, el cual fija la cantidad y precio de las mercancías que
se contratan y sobre las cuales se establece todo el conjunto de formas y
entidades que sustentan la riqueza de un país. Dicho de otra forma, la base de
las modernas economías occidentales son los mercados. Por ello se generan
ciclos económicos, crisis, recuperaciones y algunas otras ideas que ya manejé
en mi anterior artículo “Ciclos económicos”.
Clasificar
los mercados es muy fácil. Sólo hay que definir una unidad de medida y
aplicarla a la contratación. Esta unidad debe ser estable y en buena parte del
mundo se sigue el Sistema Métrico Decimal que está basado en la definición de
metro y que consiste en una longitud bajo determinados grados de temperatura y
que está situada en el Museo de Pesas y Medidas de París.
Existen
miles de fórmulas para definir las características de un mercado y, para mí, la
mejor clasificación es la que se fundamenta en estos cuatro apartados:
a) Homogeneidad
de la mercancía. Es decir, que un mercado debe tener una homogeneidad de la
mercancía y no tener adulteraciones o unidades de medida variables. En el caso
de uniformidad de medidas, se les llama “mercados perfectos”, en el caso
contario, “mercados imperfectos”.
b)
Transparencia. Es el conocimiento de compradores y vendedores de mercancías
uniformes. Podría ser el caso de que un tipo de leche, por ejemplo, se pueda
vender y comprar a mayor o menor precio según el vendedor, para lo cual el
comprador de consumo doméstico tendría que recorrer centenares de tiendas,
supermercados, hipermercados y grandes superficies para encontrar un precio un
céntimo más bajo que otro y acudir a éste. Algo que es físicamente imposible,
pues supone el desplazarse y recorrer toda una ciudad entera para encontrar un
precio un céntimo menor que otro. Inclusive algunos puntos de venta que ofrecen
descuentos frente a otros que no lo hacen, incluyendo la publicidad. En el
primer caso se llaman “mercados fluidos y transparentes”. Y en el que no
se llega a tal grado de conocimiento entre las partes se llama “mercados con
fricciones y rozamientos”.
c)
Libertad de acudir a mercados. En el caso de que haya esta posibilidad es
muy raro, ya que, aunque sea de forma muy tenue, es el Estado el que fija
alguna regulación ya que la libertad total no existe. En el primer caso se
llaman “mercados abiertos” y en el segundo son “mercados regulados”.
El mercado libre no existe, ya que siempre hay alguna necesidad de autorización
del Estado. Quizás el “mercado abierto” más genuino es el de los “mercadillos”
que suelen existir en algunos días y en algunos lugares de una ciudad o pueblo.
Estoy pensando en casos cercanos concretos, como puede ser el mercadillo de los
sábados en San Vicente del Raspeig; el mercadillo de Santa Faz, los domingos en
el límite entre San Juan de Alicante y Alicante; el mercadillo de Babel, en el
llamado barrio de Babel, en Alicante, etcétera, etcétera. Estos mercadillos no
son de libertad total, aunque el que compra y vende pueda poner su propio
horario y condiciones, pero no puede operarlo sin que lo autorice previamente
el correspondiente Ayuntamiento de la zona en la que opera.
d)
Mercados en los que dominan los oferentes o los demandantes. Se llaman “mercados
normales” cuando no incide la parte compradora o vendedora frente a los
llamados “mercados forzados”, en los que domina alguna de las partes.
Este caso podría ser un camino hacia oligopolios e, incluso, monopolios. Algo
que el Estado suele intervenir para que desaparezcan estas situaciones extremas
y se defina o interprete los llamados “mercados intervenidos”.
Este
artículo es una apreciación y visión mía sobre algo tan importante como son los
mercados en la llamada “economía de mercado” que realmente ni son tan libres ni
tan correctos.
Seguiré
publicando sobre mercados de cuando en cuando y lo artificioso que resulta la
fijación de cantidad y precio que, en teoría, son definidos por contrataciones
mercantiles que no son precisamente una manifestación celestial.
Vicente Llopis Pastor
29 de julio de 2024
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