BREVE SEMBLANZA DE MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA (1547-1616) POR EL AUTOR ESTADOUNIDENSE DONALD CULROSS PEATTIE (1898-1964)
Uno de los más
geniales escritores que ha habido en la Literatura durante los miles de años de
Historia ha sido el español Miguel de Cervantes Saavedra (1547-1616). Su genial
obra “El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha” ha sido traducida a más de
quinientos idiomas y ha sido representada en cine, teatro, canciones, dibujos
animados, grabaciones y todos los medios que la tecnología ha permitido
conforme aparecían nuevas formas de soporte.
Miguel de Cervantes Saavedra y sus
obras es el gran ingenio de España y, aparte de su consideración como el primer
gran novelista que ha tenido la Humanidad, se lee en intensidad y extensión actualmente,
y sobre el cual se han vertido toneladas y toneladas de tinta sobre su obra.
Poesía, canciones, historias paralelas, libros de aventuras y todo el acervo
contenido. También ha tenido alguna crítica, sobre todo de anglosajones que,
por razones de que fuimos un Imperio, los súbditos y sectores en lengua inglesa
nos tienen una cierta envidia que, por el rechazo que se esforzaron en cultivar,
no aceptan la primacía española en la literatura. Sobre todo en el llamado
“Siglo de Oro de la Literatura Española” que cubre, aproximadamente, los siglos
XV y XVI de la Historia Universal.
Sin embargo, a veces hay excepciones,
o como se suele expresar, “la excepción confirma la regla”, y en este artículo
intento plasmar la consideración que la escritura de nuestro llamado “manco de
Lepanto” ha tenido por parte de un escritor y crítico estadounidense.
Concretamente, Donald Culross Peattie (1898-1964). Su admiración hacia el más
grande de los escritores españoles no tiene desperdicio, y voy a intentar
resumir lo que este estadounidense dijo sobre nuestro Miguel de Cervantes
Saavedra, en un pequeño comentario sobre la vida y obra del escritor español,
muy resumido, y que aproximadamente, manifestó lo siguiente:
En el centro de España, tendida bajo
el cielo como un gran libro abierto, se encuentra la llanura de La Mancha.
Salvo por algunas aldeas y unos cuantos pastores con sus rebaños, esta gran
extensión de terreno que abarca desde los montes de Toledo hasta la sierra de Cuenca
y desde la Alcarria hasta Sierra Morena, da la sensación de estar vacía. Pero a
quienes conozcan la obra del ingenio más leído del mundo, no le ofrecerá esa
sensación. Por el contrario, descubrirán que La Mancha está poblada por los más
de seiscientos personajes que desfilan a través de las páginas de la primera
gran novela que jamás se ha escrito: “El ingenioso hidalgo don Quijote de la
Mancha”.
Todavía pueden verse, en la llanura,
los mismos molinos de viento, varias veces centenarios, que el inmortal
“Caballero de la Triste Figura” confundió con gigantes. Lleno de glorioso ardor
para las grandes hazañas, el caballero espoleó su viejo rocín y arremetió
contra ellos para salir lanzado de cabeza por los aires; “molinos de viento”,
decimos hoy para referirnos a enemigos fantásticos o imaginarios. Y el propio
nombre del hidalgo, dominado por la locura, entró en el léxico de todos los
idiomas como sinónimo del idealismo. El incidente de los molinos de viento es
sólo uno entre cientos, unos tristemente ciertos y otros ciertamente tristes,
que llenan esta obra descrita como la “Biblia de la Humanidad”. Desde el
principio al fin de la misma fluye la vena de sabiduría filosófica, única
recompensa real que la vida ofreció al autor, Miguel de Cervantes Saavedra.
Miguel de Cervantes vino a este mundo
en el año 1547, en la antigua y hermosa ciudad universitaria de Alcalá de
Henares, cerca de Madrid. Durante su infancia, la familia hubo de trasladarse a
Valladolid, Sevilla y Madrid, porque el padre del futuro autor no tenía más
bienes que un escudo de armas. Su profesión de Cirujano Mayor le proporcionaba
pocos clientes de pago. El primer recuerdo del joven Miguel era la escena de su
padre llevándose los efectos del hogar para empeñarlos en la tienda del
prestamista. En otra ocasión, el alguacil acudía a detener a su padre, que fue
encarcelado por deudas, dejando a sus hijas, Andrea y Luisa, y sus dos hijos
pequeños, llorando de hambre.
Pero, fuese como fuese, el joven
Miguel pudo asistir a la escuela. Incluso es posible que cursara estudios en la
Universidad de Salamanca mientras servía de criado a estudiantes ricos. Un
novelista, sin embargo, aprende su oficio mediante la observación de la vida
misma. Miguel conoció la vida tal como brota en las calles de la ciudad: agria,
inesperada, llena de realidad. En el teatro, donde gastaba el poco dinero que
podía arrebañar, aprendió cómo es la vida al pasarla por el tamiz del arte,
descubrió el poder del ingenio y la habilidad y cómo puede éste crear una
verdad más grande que la verdad misma. A la edad de veintidós años, Cervantes
sólo tenía sueños, pero éstos eran sueños de gloria.
Se fue a Italia, en donde formó parte
de la Corte del Cardenal Acquaviva (1546-1574), donde España mantenía, a la
sazón, importantes guarniciones, y se alistó en el ejército. Se vio, por fin,
bien vestido a lo militar, flamante como un gallo, y por primera vez comió con
regularidad. Estos años de soldado habían de animar muchas páginas futuras en
las cuales gozará recordando los figones de antaño, el vino italiano y las
bellas mujeres. Pero también estuvo en la guerra en el mar, en la que la
cristiandad venció a los otomanos en la Batalla de Lepanto, en 1571, fecha
culminante del Imperio Español, en la que, a pesar de estar con elevada fiebre,
peleó denodadamente y perdió la movilidad de su brazo izquierdo, por lo que se
le llamó “El manco de Lepanto”.
En 1575, Miguel de Cervantes abandonó
Italia y embarcó para España lleno de ilusiones. Llevaba en el bolsillo una
carta de recomendación de don Juan de Austria (1545-1578), hermanastro del Rey
Felipe II, y confiaba en que dicha misiva había de proporcionarle un buen
empleo en el Gobierno. Pero los infortunados viajeros fueron asaltados por unos
piratas berberiscos y llevados cautivos a Argel. Una vez allí, Miguel de
Cervantes se libró de remar en las galeras a causa de su brazo mutilado, pero
pasó a ser propiedad de Dali Mami, un cristiano renegado que se había hecho
pirata. Cuando el ladino dueño leyó la elogiosa carta que llevaba Cervantes
dedujo que su prisionero era hombre de importancia, y le ordenó que pidiera a
España un crecido rescate, y así estuvo durante cinco años en Argel esperando
que lo rescataran. Pocos días antes de que fuera enviado a las galeras, unos
padres mercedarios españoles pagaron el rescate y Cervantes volvió a España en
1580, a los treintaitrés años de edad, entrando por el puerto de Denia.
Una vez en España, sus primeras obras
escritas representan un estilo elegante en exceso y artificial. Su novela de
tema pastoril, “La Galatea”, adolece de este defecto. Esta primera obra
proporcionó a su autor solo el dinero preciso para comprarse el traje de boda y
dar cien ducados de dote a su prometida, la joven Catalina de Palacios Salazar
y Vozmediano (1565-1626), que aportó al matrimonio su dote, consistente en
algunos olivares y viñedos, unas cuantas colmenas y su participación en los
aperos de cultivo de la familia. Cervantes la llevó a Madrid, pero allí su
mujer se sentía desdichada en la compañía bohemia de actores, escritores y
empresarios. Mientras el matrimonio se deslizaba hacia el fracaso, Cervantes
aleteaba como una ofuscada mariposa en torno a la antorcha deslumbrante del
teatro. Además, aparece la figura de Félix Lope de Vega y Carpio (1562-1635),
mucho más joven que Cervantes y que le superaba en poesía y dramaturgia. Ante
ello, Cervantes escribió:
“Yo, que siempre trabajo y me desvelo,
por parecer que
tengo de poeta,
la gracia que no
quiso darme el cielo”.
Entonces, según contaba él mismo:
“Dejé la pluma”, dispuesto a aceptar cualquier empleo que le ofrecieran. El tal
empleo resultó ser el de recaudador de contribuciones y encargado de reunir
provisiones con destino a la llamada “Armada Invencible”, que disponía a mandar
Felipe II contra Inglaterra, que tuvo lugar en 1588 y fue el gran fracaso del
Imperio Español. De este fracaso, Lope de Vega escribió un poema que comienza
así:
“Pobre barquilla mía,
entre peñascos
rota,
sin velas
desvelada,
y entre las olas
sola…”.
En esta época Cervantes fue a dar con
sus huesos a la cárcel en más de una ocasión por falta de confianza en sus
tareas como recaudador de impuestos. Resultó absuelto, sin embargo, le pusieron
en libertad, no sin antes imponerle una multa de seis mil reales. En la cárcel
aprendió la jerga de los ladrones y de los asesinos y a través de las rejas dejaba
volar su fantasía por los caminos blancos y soleados de Andalucía; por aquellos
caminos en los que se había topado con la humanidad: cómicos de la legua,
príncipes de la Iglesia, moriscos desterrados que volvían al amparo de un
disfraz, muchachas atrevidas que vestían ropas de hombre, mozos de campo que
huían a la ciudad, gitanos, traficantes en caballos, arrieros bebedores,
compañeros, todos ellos, de un par de leguas de camino, de una página o dos del
libro que iba creciendo en el corazón de Cervantes.
Así transcurrió la mayor parte de su
poca agraciada vida, llegando a viejo, todo piel y huesos, que a fuerza de leer
tantos libros de caballería se ha llegado a creer que él es el último caballero
andante de la cristiandad y que su misión es salir de la aldea para deshacer
entuertos, rescatar doncellas, matar gigantes. Se pone en marcha cubierto de
una oxidada armadura en un flaco y deslucido jamelgo, que para él es un pura
sangre, batallador, en la mente del alucinado y valeroso don Quijote todo lo que
le rodea se transforma en romance. Cualquiera Maritornes de nariz chata es una
delicada damisela, una posada es un castillo, un rebaño de ovejas son dos
ejércitos que van a combatir. Aunque su escudero, Sancho Panza, ve las cosas
como realmente son; le sigue con lealtad y le recoge cada vez que su señor es
lanzado por los suelos.
Así es la breve semblanza de la vida
de Miguel de Cervantes que escribió Donald Culross Peattie y que, en cierto
modo, es la transmutación de los españoles a un mundo en el que la decadencia
del Imperio y de los habitantes de nuestro país comenzaron a declinar.
Pero la fortuna no acompañó a la fama,
y Cervantes siguió viviendo pobremente en Madrid durante los últimos años de su
vida. Cuando ciertos diplomáticos franceses, de paso por aquella ciudad,
preguntaron por el autor de “El Quijote”, le respondieron que era un viejo
soldado pobre y asendereado. Los diplomáticos se vieron con él en una casa de
la calle León, a cuya puerta acudió Cervantes arrastrando sus pies gotosos para
recibir a sus distinguidos visitantes con la antigua cortesía castellana. El
día 22 de abril de 1616 la muerte llamó a su puerta y Cervantes fue enterrado
al día siguiente en una sepultura que, hace unos años, parece que se ha
descubierto en Madrid, y en cuyo ataúd figura la inscripción M.C.
Pero ahí está para siempre la figura
del viejo y valeroso caballero que, lanza en ristre, espolea su montura para
lanzarse contra todo lo falso y cuya delgada sombra se proyecta del uno al otro
confín de España, y de todo el mundo, a través de los siglos, gracias al
ingenio y belleza artística del súbdito español Miguel de Cervantes Saavedra.
Quizás haya que reconocer la aceptación que actualmente tiene nuestro autor, ya
que nuestro país ha creado los llamados “Institutos Cervantes” para difundir el
idioma español por todo el mundo; el Premio Cervantes, para destacar a los
autores españoles e hispanoamericanos; la celebración del Día Internacional del
Libro, el 23 de abril de cada año y la palabra “cervantino” es propia de la
mejor forma de escribir en nuestra lengua.
Vicente Llopis Pastor
26 de marzo de 2023
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