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CASH OR CARD

 

 

            “Cash or card” es una curiosa frase inglesa que cada vez tiene mayor uso, que traducida al español significa “dinero en efectivo o tarjeta de crédito”. Es una consecuencia de la digitalización que estamos viviendo en la actualidad y que tiene como objetivo último el que desaparezca el dinero físico manejado por las personas o empresas y sustituirlo por movimientos en cuentas, materializado mediante tarjetas de crédito o débito emitidas por entidades financieras o empresas distribuidoras. La digitalización supone la “acción y efecto de digitalizar”, verbo que a su vez puede definirse como registrar datos de forma digital o, en su segunda acepción, convertir o codificar en números, dígitos, datos o informaciones de carácter continuo, como por ejemplo una imagen fotográfica, un documento o un libro. Casos específicos son la digitalización de documentos y la de películas o imágenes.

            En el ámbito de las comunicaciones, se considera digitalizar a la transcripción de señales analógicas a señales digitales, lo que se denomina proceso de conversión analógica-digital. En el ámbito empresarial, la digitalización se asocia con la transformación digital de los negocios, entendida como habilitar, mejorar o evolucionar las funciones empresariales, operaciones comerciales, modelos de gestión de clientes y procesos de comunicación, aprovechando las tecnologías digitales.

            Esta digitalización ha llegado al propio medio de pago por excelencia, que es el dinero, de tal forma que cada vez se está usando la movilización del dinero de personas, empresas o entidades, no en cantidades físicas sino por medio de la conexión de ordenadores y se satisfacen los cobros y pagos mediante esta digitalización. Según mis cálculos, yo creo que actualmente la movilización del dinero físico apenas llega a un cinco por ciento y el noventa y cinco por ciento se lleva a cabo mediante tarjetas, es decir “card”. Resulta más cómodo para el pagador y el cobrador y requiere menos esfuerzo para cualquier actividad mercantil. En España ya es obligatorio pagar mediante “card” cuando la cifra es superior a 1.000 euros. Necesariamente, e independiente del tipo de transacción, el pago mediante tarjeta está legislado con el fin de poder obtener un registro de todos los cobros y pagos que se realizan, en este caso mayores de 1.000 euros, que sirve como soporte para conocer dónde, cómo, cuándo y por qué se ha gastado el dinero correspondiente. Se inició como una manera de recibir información obligando a las entidades financieras y empresas a que generen sus actividades pagándolas mediante tarjeta; así el Estado puede saber todo lo que quiera del ciudadano, conociendo las fuentes por las que recibe el dinero y el uso que hace de él.

            De momento, se ha fijado el tope de 1.000 euros pero posiblemente, con el tiempo, se vaya a reducir dicha cifra, con lo que prácticamente casi toda actividad, incluso tomar un café, comprar una naranja, pagar una cuota de una asociación, satisfacer los gastos de la comunidad de propietarios y algunas cuestiones de menor cuantía, han de ser necesariamente mediante tarjeta. A mí mismo me ha ocurrido que en algún restaurante no aceptan dinero físico y han de pagarse mediante tarjeta, cuestión que te advierten previamente para evitar malos entendidos.

            Ayer hablábamos de la Agenda 2030 y dentro de ella se incluye tácitamente el Objetivo de Desarrollo Sostenible (ODS), dentro del cual aparece esta fórmula de pago.

            Ante esta tesitura nos encontramos con las siguientes cuestiones: 1) que el dinero físico es un medio liberatorio de pago legal y que, sin embargo, no lo admiten en determinadas entidades; y 2) que cuando una persona paga con tarjeta queda la huella de dónde ha efectuado dicho pago. Concretando, la información que necesariamente han de remitir los empresarios a los medios de seguridad del Estado, que dan a conocer de dónde has sacado u obtenido el dinero y adónde va o lo colocas. Se puede dar el caso de que cualquier persona que gaste su dinero mediante tarjetas en lugares poco aconsejables, como puede ser en prostitución, en juego, o en otros menesteres no muy dignos, sean conocidos expresamente por el Estado. Esta idea nació con el fin de controlar los movimientos de dinero que iban o venían del extranjero y que el Estado español entendió que había que comunicarlo a la policía por si era susceptible de delinquir mediante el blanqueo de capitales. Hoy ya no es expresamente así, sino que es más del noventa y cinco por ciento el que se maneja por esta vía y que tiene conocimiento la Agencia Estatal de Administración Tributaria (AEAT). Por eso no nos extrañe que en la declaración anual del Impuesto de Rentas de las Personas Físicas (IRPF), la AEAT es capaz de calcular la base imponible y la cuantía a liquidar por cada persona sin que esta se entere. Lo que  trae la nueva tecnología es la modernización de la Administración Pública, pero es un arma de varios filos ya que cualquier persona está registrada en una determinada tarjeta, una cuenta bancaria, un colectivo determinado, y todos los movimientos dinerarios dejan una huella; entre ellos, informaciones sobre el estado civil, enfermedades, tratamientos médicos, situaciones de derecho civil, de antecedentes penales, y toda la información susceptible de conocer de una persona. Resumiendo, el Estado cada vez conoce más información sobre sus ciudadanos e incluso puede servirse de ella para autorizar, desautorizar, impedir o limitar lo que libremente pueden hacer los habitantes de un país. Es una situación bastante incómoda y que además se puede hacer uso malévolo, que coarta la libertad tantas veces manifestada en la democracia. Por ejemplo, en la actual España democrática en teoría sus ciudadanos son libres pero esa libertad no está tan clara, ya que con la digitalización, conexión de ordenadores y otras fórmulas, conocen la vida y milagros de cada persona, e incluso en qué lugar han realizado cualquier actividad noble o innoble, y ser localizados en un instante, a pesar de que se encuentren a miles de kilómetros de nuestro país.

            Además de lo expuesto, nos encontramos con que “la liquidez total de la economía”, que se mide por la cuantía del dinero disponible por los particulares, ya no puede medirse objetivamente, porque algunas tarjetas son de crédito y no se computan como dinero hasta que se usan, con lo cual la política monetaria de un país es imposible de realizarla con acierto. En España la política monetaria la controla el Banco Central Europeo (BCE) y se está encontrando con estas particularidades y no puede fijar acertadamente el control de la inflación, que es el objetivo básico del BCE.

            La tesitura “cash or card” es una situación que cada vez estará más en favor de las tarjetas, y el control de la inflación será más difícil, como está ocurriendo actualmente, que de un solo salto se ha incrementado la inflación en más del diez por ciento, algo inusitado en la historia económica mundial. De todas formas hemos de acostumbrarnos al uso de las tarjetas para poder vivir, al igual que ocurre con el Documento Nacional de Identidad, permiso de conducir, domiciliación de recibos de servicios, cobro de salarios, etcétera. Es la otra cara de la modernización del sistema financiero.

            Un saludo.           

 

Vicente Llopis Pastor

23 de octubre de 2022

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