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ESCRITORES ESPAÑOLES QUE HAN TRATADO SOBRE “LA ARCADIA FELIZ” Y SOBRE LA EDAD DE ORO EN LA CULTURA OCCIDENTAL

 

Tal como expuse en el artículo de ayer, cierro con el presente el conjunto de cinco artículos que tratan del tema de La Arcadia Feliz y de la llamada Edad de Oro de la cultura occidental. Han sido muchos autores, desde el poeta Hesíodo (siglo VII a.C.), poeta griego poseedor de los saberes humanos. Desde entonces hasta hoy la literatura griega, la lengua latina de Roma, las lenguas romances y otras, han cultivado temas referentes a estas cuestiones que he descrito en los cuatro artículos que preceden al actual. La literatura durante más de dos mil años incluye numerosísimos autores, y me voy a permitir destacar a los que han usado la lengua española. Por cierto, que estos autores, en su mayoría, han sido integrantes del Siglo de Oro de la Literatura Española. Me voy a referir a dos de ellos; concretamente a Félix Lope de Vega y Carpio (1562-1635), quien escribió sobre La Arcadia y, sobre todo, el poeta y novelista Miguel de Cervantes Saavedra (1547-1616). Vamos a ello.

Félix Lope de Vega y Carpio, “el fénix de los ingenios” o “monstruo de la naturaleza”, como le llamaron sus coetáneos, el más grande poeta que ha existido en lengua española, al que se le calcula que escribió más de tres mil comedias para el teatro y millones de versos sueltos, escribió sobre La Arcadia en dos ocasiones, la primera de ellas en el año 1598, que fue la obra más leída del ya popular repertorio de Lope de Vega en dicha época. Lope de Vega la compuso en un momento decisivo de su vida y carrera; durante su destierro en Alba de Tornes, siguiendo las costumbres de aquél entonces de una novela pastoril, bucólica y en la que las personas viven en comunión con la naturaleza. Posteriormente escribió sobre el mismo tema ya en forma de teatro versificado, en el que mezcla vida y literatura, invitando a ser leída en clave. Narra los amores de un duque como los del propio poeta, pero esa mezcla y la estilización pastoril hacen sumamente difícil e incluso infructífera de buscar paralelos reales exactos a los acontecimientos de la obra. Lope era además muy consciente de las posibilidades de “ascenso literario” de adquisición de prestigio profesional, que presentaba el género bucólico; por eso utiliza todo tipo de estrategias para sustentar el valor de la poesía pastoril. Existen variadas ediciones de sus dos obras sobre La Arcadia, siendo la más conocida y admirada la titulada “Arcadia, prosas y versos”, editada por “Cátedra, Letras Hispánicas” y comentada por Antonio Sánchez Jiménez.

Pero para mí la verdadera obra de arte en la literatura española de todos los tiempos es la que realiza Miguel de Cervantes Saavedra, “príncipe de los ingenios”, en el capítulo XI de la primera parte de “El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha”, en la que podemos leer el discurso que don Quijote da a los cabreros sobre la Edad de Oro. En él desarrolla el tópico clásico y expone unos ideales que contrastan con la realidad de su tiempo. Se basa en las mismas ideas que el poeta latino Ovidio (43 a.C.-17 d.C.) recogió en la “Metamorfosis”, dentro de fenómeno de recuperación de tópicos clásicos de los humanistas del Renacimiento.

En el discurso alaba el hecho de que en esa Edad no hubiera propiedad privada y todo fuera común, también que la tierra proporcionara de forma espontánea alimento y bebida a los seres humanos, e igualmente, que las gentes convivieran pacíficamente. Concede un gran valor también a la Naturaleza como modelo, tanto moral como estético. Estos ideales contrastan claramente con la situación de injusticia que era moneda corriente en la España de finales del siglo XVI y principios del siglo XVII.

Dicho capítulo XI de la primera parte de El Quijote está considerado como uno de los más bellos de la Historia de la Literatura y, a mi entender, no ha existido ningún otro escritor que haya podido siquiera acercarse a su calidad literaria. Dicho capítulo dice:

“Dichosa edad y siglos dichosos aquellos a quien los antiguos pusieron el nombre de dorados, y no porque en ellos el oro, que en esta nuestra edad de hierro tanto se estima, se alcanzase en aquella venturosa sin fatiga alguna, sino porque entonces los que en ella vivían ignoraban estas dos palabras de tuyo y mío. Eran en aquella santa edad todas las cosas comunes; a nadie le era necesario, para alcanzar su ordinario sustento, tomar otro trabajo que alzar la mano y alcanzarle de las robustas encinas, que liberalmente les estaban convidando con su dulce y sazonado fruto. Las claras fuentes y corrientes ríos, en magnífica abundancia, sabrosas y transparentes aguas les ofrecían. En las quiebras de las peñas y en los huecos de los árboles formaban su república las solícitas y discretas abejas, ofreciendo a cualquiera mano, sin interés alguno, la fértil cosecha de su dulcísimo trabajo. Los valientes alcornoques despedían de sí, sin otro artificio que el de su cortesía, sus anchas y livianas cortezas, con que se comenzaron a cubrir las casas, sobre rústicas estacas sustentadas, no más que para la defensa de las inclemencias del cielo. Todo era paz entonces, todo amistad, todo concordia; aún no se había atrevido la pesada reja del corvo de otero en otero, en trenza y en cabello, sin más vestidos que aquellos que eran menester para cubrir honestamente lo que la honestidad quiere y ha querido siempre que se cubra; y no eran sus adornos de los que agora se usan, a quien la púrpura de Tiro y la por tantos modos martirizada senda encarecen sino de algunas hojas verdes de lampazos y yedra entretejidas, con lo que quizá iban tan pomposas y compuestas como van agora nuestras cortesanas con las raras y peregrinas invenciones que la curiosidad ociosa les ha mostrado. Entonces se decoraban los conceptos amorosos del alma simple y sencillamente, del mismo modo y manera que ella las concebía, sin buscar artificioso rodeo de palabras para encarecerlos. No había la fraude, el engaño, ni la malicia mezclándose con la verdad y llaneza. La justicia se estaba en sus propios términos, sin que la osasen turbar ni ofender los del favor y los del interés, que tanto agora la menoscaban, turban y persiguen. La ley del encaje aún no se había sentado en el entendimiento del juez, porque entonces no había qué juzgar, ni quién fuese juzgado. Las doncellas y la honestidad andaban, como tengo dicho, por dondequiera, sola y señora, sin temor que la ajena desenvoltura y lascivo intento le menoscabasen, y su perdición nacía de su gusto y propia voluntad. Y agora en estos nuestros detestables siglos, no está segura ninguna, aunque la oculte y cierre otro nuevo laberinto como el de Creta, porque allí, por los resquicios o por el aire, con el celo de la maldita solicitud, se les entra la amorosa pestilencia y les hace dar con todo su recogimiento al traste. Para cuya seguridad, andando más los tiempos y creciendo más la malicia, se instituyó la orden de los caballeros andantes, para defender las doncellas, amparar las viudas y socorrer a los huérfanos y a los menesterosos. De esta orden soy yo, hermanos cabreros, a quien agradezco el gasaje y buen acogimiento que hacéis a mí y a mi escudero; que, aunque por ley natural están todos los que viven obligados a favorecer a los caballeros andantes, todavía, por saber que sin saber vosotros esta obligación me acogisteis y regalasteis, en razón que, con la voluntad a mi posible, os agradezca la vuestra”.

Este capítulo es uno de los más bellos de la Historia de la Literatura Mundial y hace referencia a La Edad de Oro de la civilización occidental siguiendo las ideas del Renacimiento.

Una vez más Cervantes sabe mostrar una actitud irónica sobre la utopía de un hombre fuera de su tiempo a la vez que la propone como contrapunto a la difícil realidad española de su momento. En definitiva, el autor mira con escepticismo aquellos ideales renacentistas en los que creyó en su juventud, tanto mejores que la realidad que le tocó vivir. Por cierto, que tanto Sancho Panza como los cabreros no comprendieron el sentido de este discurso cervantino.

Con ello finalizo estos cinco artículos referentes a La Arcadia Feliz como un lugar imaginario de felicidad, sencillez y paz en un idílico ambiente habitado por una población de pastores que viven en comunión con la naturaleza.

Así es mi percepción y así la he expuesto.

Querido lector, un afectuoso saludo.

 

Vicente Llopis Pastor

 28 de mayo de 2022

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