Se han cumplido este año cincuenta y dos años de los sucesos que tuvieron lugar en Francia, fundamentalmente en París, que se extendieron por otras ciudades y que tuvieron una repercusión en todo el mundo y hacia los cuales se movió e interesó buena parte de la intelectualidad y de la sociedad mundial.
Recordemos que se denomina como “mayo francés” a los sucesos acaecidos en los meses de mayo y junio de 1968 y cuyo origen fue el cierre de la Universidad de Nanterre el 2 de mayo y una asamblea estudiantil en la Universidad de la Sorbona el 3 de mayo, que fue interrumpida por las fuerzas de orden público. A raíz de ello comenzaron una serie de disturbios que fueron reproduciéndose durante varios días y que supusieron un duro frente para el Gobierno francés.
La solidarización de las centrales sindicales con los estudiantes hizo que se extendieran las manifestaciones al sector obrero y comenzó un masivo movimiento huelguístico de más de diez millones de trabajadores, con barricadas, guerrilla urbana y ocupación de locales de trabajo y de cultura. Ante la gravedad de la situación, el Presidente francés Charles de Gaulle (1890-1970) anunció un referéndum y proclamó que, de serle adverso, se retiraría. Entre tanto, crecía la virulencia de la represión policial y la frecuencia y número de los manifestantes.
Sin embargo, pronto comenzaron a notarse algunas divergencias en el seno de la izquierda política respecto a los acontecimientos. El moderantismo de la Confederación General del Trabajo (CGT) y del Partido Comunista Francés se enfrentó con la tendencia revolucionaria de otros grupos comunistas. El 25 de mayo, patrones y sindicatos firmaron los acuerdos de Grenelle, que la base obrera consideró insuficientes pero no así la CGT, y esta última firmó la consigna de vuelta al trabajo el día 5 de junio. En el plano universitario, esta situación contestataria todavía duró hasta finales de junio. En el plano político, esta crisis revolucionaria se saldó tras la disolución de la Asamblea Nacional francesa, con el triunfo del gaullismo, que estaba en el poder, y con el descalabro de la izquierda en las elecciones legislativas celebradas los días 23 y 30 de junio.
Fue una especie de última manifestación “romántica” en la que estudiantes y obreros concurrieron con identidad de talante para intentar cambiar la política y el mundo y traer la revolución. De allí surgieron imágenes y frases que han quedado grabadas en el corazón de muchas personas y no tanto en el de la sociedad y en la política. Recordemos eslóganes como: “prohibido prohibir”, “seamos realistas: pidamos lo imposible”, y creo que también “haz el amor y no la guerra”. Utopía, contracultura, nueva civilización, sociedad solidaria, concordia, fraternidad y libertad. Estos eran los conceptos, ideas y proclamas que se enarbolaban por los manifestantes.
¿Qué queda hoy, año 2020, de aquellos ideales? Han pasado cincuenta y dos años desde entonces. España ha experimentado un cambio espectacular en todos los terrenos: político, económico, social, tecnológico y otros. Ha cambiado el régimen político español hacia una monarquía parlamentaria y nos hemos incorporado a la OTAN y a la Unión Europea. El mundo también ha cambiado bastante. No sólo tecnológica y socialmente, sino en muchos otros campos, sobre todo, en política internacional. Ha desaparecido la Guerra Fría y tan solo tenemos a una nación como verdadera potencia dominante que, a su vez, es una superpotencia política, económica, militar, industrial y de medios de comunicación. Hoy parece imperar el pensamiento único, el neoliberalismo y la globalización como paradigmas de lo políticamente correcto. Todo ello con el permiso de la República Popular China.
El pensamiento único, como ideología dominante, se presenta a sí mismo como lo natural y como tal, aspira a ser hegemónico y quiere exhibirse como indiscutible. Este pensamiento, a pesar de su indudable base económica, en última instancia sería un error reducirlo a términos estrictamente economicistas, pues intenta ser la representación global de una realidad en la que el mercado es el que gobierna y los gobiernos son quienes administran lo que dictan los mercados, sean éstos financieros, culturales, políticos o de intercambio de mercancías y servicios.
Lo económico predomina sobre lo político y así se manifiesta en lo cotidiano en los informes que elaboran los organismos multilaterales, tales como el Fondo Monetario Internacional, la Organización de Cooperación y Desarrollo Económico o el Banco Mundial, así como los servicios de estudios de las entidades financieras, muchas universidades, bastantes gobiernos, y diversos medios de comunicación de distribución masiva y de alcance internacional.
En resumen, parece que queda poco de aquellos ideales del mayo francés de 1968. Hay indiferencia, cuando no rechazo, a las tesis que sustentaban aquellos actos de intención revolucionaria de hace cincuenta y dos años. Hoy, este pensamiento único que modela la mayor parte de las acciones que conforman la economía, la política y la sociedad mundial están sustentadas en el siguiente decálogo:
1. Achicar el estado es agrandar la civilización.
2. Se acabó la Historia: la sociedad será siempre capitalista y liberal.
3. El liberalismo económico lleva siempre a la democracia. La economía social de mercado, por mucho que figure en las constituciones de los diferentes países, forma parte ya del pasado.
4. El mercado lo resuelve todo del mejor modo posible.
5. Siempre hubo y habrá corrupción, pero en el neoliberalismo económico es marginal y en el estatalismo es estructural.
6. Siempre habrá desigualdades, porque están en la naturaleza humana.
7. Primero hay que agrandar la tarta, y sólo luego repartirla.
8. Globalización: el nacionalismo económico es una expresión retrógrada que debe desaparecer. La soberanía nacional es un arcaísmo del pasado.
9. El capital extranjero es consustancial al sistema; por tanto, hay que desregularlo para que penetre sin límites y no poner puertas al campo.
10. Las empresas privatizadas son siempre más eficaces que las públicas.
Talvez la gran solución la tenga el actual Gobierno Español que, observando sus decisiones, parece que quiere arremeter contra dicho decálogo y busca fuentes de inspiración para trastocarlo. O al menos, a mí me parece así, con sus decisiones y con el asesoramiento de algún expresidente del Gobierno Español, que parece decidido a crear un nuevo “triángulo democrático” que quizás tenga sus tres ángulos en Venezuela, Cuba y Bolivia. Puede ser que tenga éxito. Se lo deseo de corazón, ya que su “alianza de civilizaciones” y su “educación para la ciudadanía” no llegaron a materializarse como modelo a seguir por el resto de los países.
Amigo lector. Desde aquel mayo de 1968 hasta hoy han transcurrido dos generaciones. Los cambios acaecidos son muy significativos. Pero ¿hemos avanzado en libertad, igualdad y fraternidad? ¿Hacia dónde vamos?
Vicente Llopis Pastor
29 de diciembre de 2020
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