La Iglesia Católica concibe como
“vicio” la práctica o conducta de una persona que se considera una falta, un
defecto, una enfermedad o un mal hábito. Vicio proviene del latín “vitium”, que
significa falta o defecto. Si le añadimos el calificativo de “capital”
refiriéndose a su magnitud o a que da origen a muchos otros actos impropios de
la moral cristiana, ya no son vicios, sino “pecados”, de ahí surgen los
llamados “pecados capitales” que han sido estudiados por teólogos cristianos,
sobre todo en la Edad Antigua y Media, entre ellos Cipriano de Cartago
(200-258); Juan Lasiano (360-435); Columbano de Luxeuil (540-615); Alcuino de
York (735-804) y otros; aunque fue el Papa, San Gregorio Magno (540-604) el que
los incorpora al Catecismo Cristiano, enumerando estos Siete Pecados Capitales:
Soberbia, Ira, Avaricia, Envidia, Lujuria, Gula y Pereza. Frente a ellos define
las Virtudes Teologales, para evitar dichos pecados; concretamente: contra la
soberbia humildad; contra la ira, paciencia; contra la avaricia, generosidad;
contra la envidia, caridad; contra la lujuria, castidad; contra la gula,
templanza y contra la pereza, diligencia.
Sin
embargo, el más difícil de desaparecer y que, además, no da satisfacción alguna
al que lo practica es, la envidia, entendida como un deseo insaciable,
consistente en codiciar algo que otra persona tiene y percibe que a él le
falta, y por consiguiente desea el mal al prójimo y se siente bien con el mal
ajeno. El Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua (RAE) lo define
como “tristeza o pesar del bien ajeno”,
o también “deseo de algo que no se posee”.
Quizás la más idónea definición sería la de un sentimiento o estado mental en
el cual existe dolor o desdicha por no poseer, uno mismo, lo que tiene otro.
Sería
bueno hacer un recorrido “a uña de caballo” sobre el tratamiento o
consecuencias de la envidia a lo largo de los tiempos. Por ejemplo, en el libro
“Génesis” de la Biblia, se habla de Adán y Eva, quienes tuvieron dos hijos,
Caín y Abel, el nombre de éste último significa “el que estaba con Dios” y su
hermano Caín envidiaba la satisfacción divina con las ofrendas de Abel, y lo
asesinó; siendo el primer homicidio de la historia. La mitología griega la
consideraba como masculino y le daban también el nombre de “mal de ojo”, y para
librar a sus hijos de la influencia de un genio envidioso, tomaban con el dedo
el cieno que había en el fondo de los baños y señalaban sus tiernas frentes.
Esta superstición se mantiene todavía entre los griegos modernos.
Los
romanos consideraron a la envidia como una diosa e hija de la noche. La
comparaban a las anguilas porque estaban en la creencia de que este pez tenía
envidia a los delfines. Su nombre “envidia” quiere decir “el que no ve con buen
ojo”. En estas civilizaciones de la Edad Antigua se la representaba bajo formas
de viejo espectro femenino, con la cabeza cubierta de culebras, ojos fieros y
hundidos, color lívido, flaqueza horrible y monstruoso aspecto. La Edad Media,
entendida como “la gran noche de los siglos” con sus mil años de duración y
dominio de la Iglesia Católica y su Moral, incluye la envidia como uno de los Siete
Pecados Capitales, como he expuesto anteriormente. La Edad Moderna, con la
ampliación de la tierra, mares, pueblos, razas nuevas y la iniciación del Siglo
de las Luces, así como la aplicación de metodologías científicas, inclinan su
interpretación hacia el temperamento de las personas como línea explicativa del
carácter y tipología de cada individuo y se acerca al estudio médico de las
personas envidiosas o envidiadas y la aplicación de la psique.
En
la Edad Moderna ya avanzada, es cuando se estudia la envidia en la Psicología,
y que puede ser diagnosticada, e incluso, tal vez curada, mediante el
Psicoanálisis, aceptando la explicación de que la envidia puede encuadrarse
tanto dentro de la emulación o deseo de poseer algo que otro sujeto tiene, como
que lo envidiado no ha de ser necesariamente una persona, sino que puede ser un
objeto material o intelectual. Por esta vía, la envidia es un sentimiento que
nunca produce nada positivo en la persona que la padece, sino una insalvable
amargura. Particularmente para mí no sería un sentimiento sino un
“sufrimiento”. Igualmente destacan los psicoanalistas que el envidioso suele
decir mentiras sobre la persona a la que envidia, hasta llegar a extremos
fatales, como de que el envidiado muera a manos del envidioso, como ocurrió con
Caín y Abel.
Como
no soy médico, ni experto, ni psicólogo, ni neurólogo, ni psiquiatra, ni nada, poco
más puedo añadir, pero dada mi inclinación a la lectura y a la escritura aquí
les dejo algunas expresiones y definiciones que pueden sazonar con mostaza el
frío manjar de la envidia. Por ejemplo: Lucio Anneo Séneca (4-65), en sus Tratados
Morales dice: “La envidia prende en lo cercano”; Miguel de Unamuno (1864-1936),
expresa: “La envidia es la íntima gangrena española”; Jorge Luis Borges
(1899-1986): “Los españoles siempre están pensando en la envidia. Para decir
que algo es bueno dicen que es envidiable”; Francisco de Quevedo Villegas
(1580-1645): “Pecado especialmente inútil que no da satisfacción alguna. Muerde
y no come”; Camilo José Cela (1916-2002): “El español arde en el fuego de la
envidia, como el anglosajón se quema en la hoguera de la hipocresía y el
francés se consume en la llama de la avaricia”; Bertrand Russell (1872-1970):
“La envidia es una de las más potentes causas de la infelicidad”; Miguel de
Cervantes Saavedra (1547-1616): “¡Oh!, envidia, raíz de los infinitos males y
carcoma de las virtudes”; Jean Baptiste Poquelin “Molière” (1622-1673): “El
envidioso puede morir, pero la envidia nunca”; Quinto Horacio Flaco (65 a.C.-8 d.C.):
“Todos los tiranos de Sicilia no han inventado nunca un tormento mayor que la
envidia”; Anónimo: “Si la envidia fuera tiña no te quedaría ni un solo pelo”;
Napoleón I de Francia (1769-1821): “La envidia es una declaración de
inferioridad”; etcétera, etcétera. Hasta miles de expresiones que pueden
recogerse leyendo el refranero español, que es muy pródigo en este pecado
capital.
Me dejo para el final a
nuestro querido Fray Luis de León (1527-1591), teólogo, poeta, astrónomo,
humanista y religioso agustino, que fue profesor de la Universidad de
Salamanca. A finales del año 1571, junto con el músico Francisco Salinas
(1513-1590) y el Rector Diego de Castilla (1507-1584), formó parte del Jurado
de la Justa Literaria por la victoria española en la Batalla de Lepanto en
dicho año y el nacimiento del príncipe Fernando de Austria (1571-1578). Estos y
otros éxitos le atrajeron la “ojeriza” de los dominicos, patrones de la Santa
Inquisición, y fue denunciado por haber traducido a la lengua vulgar el “Cantar
de los Cantares” de Salomón, sin licencia, por lo cual estuvo una temporada en
prisión en Valladolid. Al salir de la cárcel volvió a su Cátedra en la Universidad
de Salamanca, en cuya reanudación de sus clases empezó con la conocida frase:
“como decíamos ayer…”, dando así por olvidada la injusticia cometida con él y
su periodo de encarcelamiento. Esta traducción la hizo para ilustrar a su prima
Isabel de Osorio, monja en el convento salmantino de Santi Spiritus, la cual no
sabía latín, a cuya lengua ya había sido traducida, pero que en castellano no
existía. El proceso inquisitorial contra Fray Luis de León se demoró casi cinco
largos años, tras los cuales fue finalmente absuelto. Al salir de la cárcel
escribió en sus paredes la siguiente décima en lo que ahora se llama
“graffiti”:
“Aquí, la envidia y mentira,
Me tuvieron encerrado,
¡Dichoso el humilde
estado,
Del sabio que se
retira,
De aqueste mundo malvado,
Y, con pobre mesa y
casa,
En el campo deleitoso,
Con sólo Dios se
acompasa,
Y a solas la vida pasa,
Ni envidiado, ni
envidioso!”.
Estimado
lector, he de confesarle que soy portador de uno de los peores pecados
capitales: la envidia. En este caso yo soy el envidioso y el envidiado es Fray
Luis de León. Hombres como él fraguaron nuestra querida España, un hecho que yo
nunca podré alcanzar.
Por
eso intento matar mi envidia con estos artículos. Hasta el próximo.
Un fuerte abrazo.
Vicente
Llopis Pastor
24 de septiembre de 2020
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