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GOLIARDOS

             Era un término muy utilizado en la Edad Media para referirse a cierto tipo de clérigos vagabundos, es decir, personas que profesaban la religión cristiana basada en la vida y enseñanzas de Jesús de Nazaret. Estas personas podrían ser miembros del clero regular, quienes formaban parte de una orden religiosa; monjes o frailes ordenados que siguen una regla monástica; o bien al clero secular, compuesto por obispos, presbíteros, sacerdotes o diáconos, que no siguen ninguna regla. Solían ser vagabundos, de andar errante, o que se mueven continuamente, y no tienen domicilio determinado.

Al unir estas dos condiciones, se les llamaba “giróvagos”, como personas errantes y vagabundas que viajaban sin destino predeterminado; alojándose en los monasterios que iban encontrando por el camino, sin aceptar ninguna de las reglas propias de los monjes cenobitas que les acogían. En la Regla de San Benito, se los describe de una forma más bien peyorativa, porque los califican como “la cuarta clase de monjes es la de los que se llaman giróvagos, porque pasan la vida girando por ciertos países, hospedándose tres o cuatro días en cada monasterio; sirven a su propia voluntad y a los placeres de la gula. De su estilo de vida tan lamentable es mejor callar que hablar”.

Junto a estos últimos estaban los “sarabaítas”, que tampoco tenían un buen cartel para la Regla de San Benito, ya que eran monjes errantes y vagabundos que, disgustados con la vida cenobita, no seguían ninguna regla, andaban de pueblo en pueblo, viviendo a su discreción y no acudían a presentar u hospedarse en monasterios; viviendo de hacer milagros, de vender reliquias y otras trampas de esta clase, aunque San Jerónimo decía que vivían de su trabajo pero que vendían sus obras más caras que los otros, como si su oficio fuera más santo que su vida y que disputaban entre sí con bastante frecuencia, porque no querían estar sujetos a nadie; que ayunaban a porfía y tenían el silencio o secreto por una victoria, etcétera.

A los anteriores añadimos a los estudiantes pobres, sopistas y pícaros, o séase, aquellos universitarios sin recursos económicos que rondaban conventos, mesones y tabernas; entregando su música y simpatía a cambio de un humilde plato o, en los conventos, por la llamada “sopa boba”, distribuida gratuitamente como limosna a los pobres; sobre todo de las órdenes mendicantes de los franciscanos y dominicos; o bien, “picaros”, gente de muy bajo estamento social, descendientes de padres sin honor, abiertamente marginales o, casi delincuentes, que para mejorar su condición social recurrían a la astucia y a procedimientos ilegítimos, como el engaño y la estafa.

Con el auge de la vida urbana y el surgimiento de las Universidades en el siglo XIII aparecen estos “goliardos” quienes, ya fuera por necesidad o deleite, llevaban una vida disoluta, errante, aprovechando su tonsura para recalar en un monasterio, parroquia o casa, durante dos o tres días, antes de proseguir hasta el siguiente lugar. Debido a que las universidades eran gestionadas por el clero, también hacían escala en ellas, de tal manera que de forma paulatina, el fenómeno de los goliardos se iría reconvirtiendo en las llamadas “estudiantinas”, que eran agrupaciones o hermandades de estudiantes universitarios, miembros de una sociedad que, portando vestimenta propia universitaria o de su cultura de origen, se dedicaban a cantar, glosar, gestar, interpretar música y algunas representaciones escénicas callejeras, para entretener al público y obtener algunas monedas. Estas estudiantinas de entonces se han derivado en las actuales “Tunas”, muy propias de España, en donde nacieron y que fueron expandiéndose por Portugal, Holanda y parte de Europa. En Hispanoamérica llegaron a finales del siglo XIX.

A aquellos goliardos les debemos extraordinarias canciones, bonitos romances, alegre música, generalmente con instrumentos de cuerda y percusión, simpática alegría e interesantes avances en la literatura, sobre todo en los países con lenguas romances procedentes del latín, cual es el caso de España. Hoy en día las Tunas siguen existiendo y se celebran certámenes, concursos e intercambios, tanto nacionales como internacionales. La etimología de la palabra Tuna tiene sus controversias, ya que en algunos casos creen que se deriva del vocablo “tunar” en el sentido de llevar una vida viajera, vagabunda, tocando y cantando; para otros procede de los “túnidos”, peces como el atún, por la naturaleza migratoria de éstos; o también del “Libro del Buen Amor” del Arcipreste de Hita (1283-1350), que se refiere despectivamente a los tunantes como los estudiantes músicos nocheriegos, que hacían ruido y molestaban al vecindario a la hora de dormir; quizás también se derive de “tonare”, que significa “sonido” en latín.

Hoy las Tunas y los estudiantes universitarios que las conforman, siguen una tradición de historia que se remonta a más de siete siglos atrás, manteniendo la indumentaria de capa, manteo, jubón, camisa, calzas, zapatos o botas y la beca, a modo de esclavina, que se mantiene sobre los hombros y el pecho, y que conservan el color de la Facultad universitaria a la que pertenecen. Incluso existen “tunas femeninas”, evidencia de la mayor población universitaria femenina en la España actual. Su repertorio suele ser la canción de ronda de música popular, pasacalles, serenatas y otras, la mayoría de las cuales no tienen autor conocido. ¡Qué belleza, alegría y agradable mundo, resulta escuchar a los estudiantes en armoniosa música, principalmente la llamada “de pulso y púa”: laúd, guitarra, bandurria, pandereta, castañuelas e, incluso violín!

Me emociono cuando los veo y escucho y recuerdo mi época de estudiante en la Universidad Complutense de Madrid y los conciertos de Tuna que solían celebrarse con motivo del Día del Patrón de Madrid, San Isidro, el 15 de mayo, en la Plaza Mayor de la capital de España, presidido por el Excmo. y Magfco. Sr. Rector de la Universidad. Yo acudía a ver estos certámenes, pero nunca formé parte de ninguna Tuna. Tan sólo participé un año en la elaboración de una “torre humana”, “castellets”, en catalán, en la que dada mi envergadura, formé parte de la fila más baja, la que soporta el peso de las personas de las filas superiores. Tanta fuerza tuve que hacer que estuve baldado durante algunos días. Entonces era joven y lo soporté. Aunque más duro me resultaban los entrenamientos y partidos de rugby en los campos deportivos de la Ciudad Universitaria de Madrid, y por cuyos golpes, melées y carreras necesitaba varios días para recuperarme. En honor a ello he de decir que el equipo de rugby del Colegio Mayor “San Agustín” fue Campeón Universitario de España en el Curso 1971-72.

Para terminar ahí va la letra de la canción “Pasa la Tuna compostelana”, que tanto dice de la edad juvenil, del ambiente universitario, de los amoríos, de las capas y de las cintas que las adornan.

 

Pasa la tuna en Santiago,

Cantando muy quedo romances de amor,

Luego la noche sus ecos,

Los cuela de ronda por todo balcón,

Y allá en el templo del Apóstol Santo,

Una niña llora ante su patrón,

Porque la capa de tuno que adora,

No lleva las cintas que ella le bordó,

Porque la capa de tuno que adora,

No lleva las cintas que ella le bordó.

 

Cuando la tuna te dé serenata,

No te enamores compostelana,

Que cada cinta que adorna mi capa,

Guarda un trocito de corazón,

Ay tra la la lai la la la,

No te enamores compostelana,

Y deja la tuna pasar,

Con su tra la la la la.

 

Hoy va la tuna de gala,

Cantando y tocando la marcha nupcial,

Suenan campanas de gloria,

Que dejan desierta la Universidad,

Y allá en el templo del Apóstol Santo,

Con el estudiante hoy se va a casar,

La galleguiña melosa, melosa,

Que oyendo esta copla ya no llorará.

 

Estimado lector, matricúlese en la Universidad, inscríbase en la Tuna de su Facultad y vivirá una experiencia inenarrable que le dará otra forma de entender la vida. No se preocupe por su edad, ya que será considerado como un animoso joven.

Y para ello recuerde el Himno de la Universidad:

 

Gaudeamus igitur,

Juvenes dum sumus,

Gaudeamus igitur,

Juvenes dum sumus,

Post iucundam juventutem,

Post molestam senectutem,

Nos habebit humus…

 

Y yo añadiría: ¡Vítor por la Universidad!

 

Vicente Llopis Pastor.

25 de agosto de 2020

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