La Iglesia Católica, mayoritaria en España, y bajo la cual nos hemos educado varias generaciones de ciudadanos, nos habla de la llegada del Redentor, en este caso de Jesucristo, que vino a redimir nuestras culpas y pecados, para lo cual el Hijo unigénito de Dios nos va a rescatar de la pesada carga que nos envuelve en nuestro desacertado comportamiento y, de esa forma, salvar a los españoles y a la Humanidad.
Así lo hemos entendido pero, hete
aquí que, la religión católica, cada vez tiene menos seguidores en nuestro país,
y nos encontramos con otras confesiones; por ejemplo, Iglesias Cristianas de Oriente;
Islam; Judaísmo; Testigos de Jehová; Presbiterianos; Protestantes;
Anabaptistas; Anglicanos; Cienciología; y muchas otras que no aceptan a Jesucristo
como Redentor, y hablan de otros personajes que ya han llegado o están aún por
llegar y que harán con la salvación de nuestras almas la felicidad de la
humanidad.
El anterior párrafo tiene su importancia,
ya que notables filósofos, sociólogos y politólogos y, sobre todo, el insigne
sabio y polígrafo don Marcelino Menéndez Pelayo (1856-1912) nos vinieron a
decir que España era un conjunto de pueblos y territorios, que solamente estaban
unidos gracias a la religión católica, la cual ha sido la clave para juntar, fusionar
e igualar lo que venimos en aceptar como “España”. A este respecto, permítame,
querido lector, que cite una cáustica definición del humorista cinematográfico
y televisivo Pedro Ruiz Céspedes (1947), que decía: “España es un conjunto de
repúblicas monárquicas que sólo están unidas por El Corte Inglés”. Lamento
haber citado esta frase porque me duele en toda mi alma.
En mi época estudiantil era
frecuente el slogan “España, Una, Grande y Libre”. De aquello apenas quedan
vestigios, ya que la palabra España
aparece poco, y en algunas Comunidades Autónomas ni se la cita, porque
prefieren usar el vocablo de “Estado” en el caso del País Vasco, o “Madrid” en
la Comunidad catalana y, tal vez, cunda este ejemplo cuando el propio
Presidente del Gobierno español nos ha ilustrado con la palabra “cogobernazna”,
que nunca he podido discernir de qué se trata, a pesar de consultar algunos
manuales de Teoría del Estado, Derecho Constitucional o Derecho Político; Una, no lo es, pues la fragmentación
por Comunidades Autónomas, con poderes soberanos en multitud de temas hacen que
la unidad se transforme en diversidad; Grande,
por las razones que acabo de exponer vamos hacia la pequeñez geográfica,
política, económica y diplomática y Libre,
admitámosla como derivada de la democracia; aunque yo creo que más bien somos
los apóstoles de la liberalidad, por las
ayudas y prestaciones que realizamos a cualquier ciudadano extranjero, que por
el simple hecho de pisar tierra española ya tiene una serie de derechos
económicos, a veces superiores a los de los propios españoles, por lo que creo
que somos los plusmarquistas en generosidad, liberalidad y largueza, aunque no
nademos en la abundancia.
Y precisamente de esta abundancia
es de lo que quiero escribir, o tal vez, lo contrario, que podría medirse por
el endeudamiento de nuestro país mediante la Deuda Soberana, es decir, las emisiones
de nuestro Estado y de la Administración Pública, que han suscrito entidades,
instituciones e inversores extranjeros, y de quienes somos deudores, o dicho en
lenguaje financiero, somos los prestatarios y, quien nos facilita el dinero,
son los prestamistas o prestadores. Entre estos últimos, parece ser que el que
mayor dinero nos está prestando, y seguirá haciéndolo, es el Banco Central Europeo
(BCE), presidido por la francesa Christine Madeleine Odette Lagarde (1956),
cuyo Vicepresidente es Luis de Guindos Jurado (1960), Exministro de Economía español
en el anterior Gobierno de Mariano Rajoy Brey (1955), del Partido Popular.
El BCE, ante la preocupante
situación económica de los países del Eurogrupo y, en general, de toda la Unión
Europea (UE) por causa de la pandemia de la Covid-19 está insuflando, a
espuertas, masivas cantidades monetarias para que puedan capear la debacle
económica que está surgiendo en todo el mundo, pero en especial en Europa
Occidental, cuyo control del Índice de Precios al Consumo (IPC) es el fin
último del BCE. Con ello está siguiendo la política anterior del Presidente del
BCE, el italiano Mario Draghi (1947), que aumentó la liquidez de forma notoria,
aunque fue reduciéndola paulatinamente, cosa que me parece bien si no generara
inflación. En efecto, la inflación medida por el IPC está siendo relativamente
estable, sobre todo en España, ya que según la teoría keynesiana, un exceso de
liquidez incrementa los precios sólo en el caso de que haya pleno empleo,
situación que España no va a alcanzar en muchos años.
Pues bien, manejando algunas
cifras que obtengo de la prensa diaria, de revistas especializadas y de
informativos de radio y televisión, España
está siendo redimida temporalmente gracias al dinero que viene de
Frankfurt, es decir, de la Sede del BCE. Éste es el redentor a que me refiero
en el título de este artículo, que no es una redención religiosa, sino financiera y, discúlpenme que no deseo
herir a nadie en su sensibilidad y valores. Según mis cálculos, el Tesoro
Público Español ha tenido que gastarse más de treinta mil millones de euros en
ERTEs, ayudas, prestaciones al desempleo, ingreso mínimo vital y otros; a ello
hay que añadir que se han reducido los ingresos, vía impositiva, que estimo son
unos diez mil millones de euros. Sumando ambos ya tenemos un déficit de
cuarenta mil millones de euros, que es aproximadamente el 4% sobre el Producto
Interior Bruto (PIB), suponiendo que éste último sea de un billón de euros, que
posiblemente se reduzca por la falta de actividad y, por ende, el tanto por
ciento del déficit sobre el PIB sería mayor. ¡Algo inaudito en un país en paz y
que forma parte de la élite de la Unión Europea, en la que es el cuarto país
por población y por PIB!
A ello añadimos los avales que
está prestando el Estado español mediante el uso de su Instituto de Crédito
Oficial (ICO), que estimo que va a alcanzar doscientos mil millones de euros a
mitad del próximo año 2021, lo cual significa que son préstamos concedidos por
la Banca española y avalados por el Estado y, naturalmente, el Estado ha de
hacer frente a sus impagos, mora o dudoso cobro que, podría ser, la mitad de
dicha cifra a junio de 2021, o más, ya que depende de las expectativas de la
economía que, a mí, me parecen todavía algo inciertas. Si sigue el BCE con su
política de “redención”, puede que España adeude a dicho Banco unos trescientos
mil millones a finales de 2020 y, quizás, alcance hasta quinientos mil millones
de euros a mediados del próximo año 2021. De cualquier forma vamos a estar
bastante tiempo “enchufados” a la bombona de oxígeno del BCE.
En Macroeconomía, para
pronosticar o prever las consecuencias de las decisiones que se han tomado, y
que resultan a corto, medio y largo plazo, se utilizan las expresiones latinas
“rebus sic stantibus”, es decir, “estando las cosas como ahora”; o su
alternativa “caeteris paribus”, o sea, “todo lo demás igual”. Aplicando todas
estas ideas y, quizás, con una cierta audacia, ya que no puedo entrar en el
pensamiento de los Ministros ni del Presidente del Gobierno español, y que,
hasta ahora, no nos han dicho ni una sola palabra sobre cómo se van a elaborar
los Presupuestos Generales del Estado (PGE) que han de ser presentados, por el
Gobierno, como Proyecto de Ley, antes del 30 de septiembre de 2020 para su
trámite parlamentario, me permito hacer una proyección algo temeraria, pero que
puede ser que ocurra. Es la de que, suponiendo que la pandemia de la Covid-19
sea totalmente resuelta a mitad del año 2021, nos encontraremos con que la Prima
de Riesgo de España, que cuando escribo este artículo es de 80, pasará a 180,
con lo que nuestro endeudamiento tendrá que pagar un 1% más por intereses, lo
cual no es grano de anís, ya que supondría unos quince mil millones de euros
más en costes financieros. La Prima de Riesgo se calcula respecto a la de
Alemania, y es la diferencia de intereses a pagar de la deuda española frente a
la alemana, cada cien puntos supone un 1% más de interés.
Junto a ello creo que podemos
encontrarnos con una Deuda Soberana de unos 1.5 billones de euros, o séase, un
120% del PIB. Si admitimos la ortodoxia de las condiciones que han de cumplir
los países que componen el Eurogrupo y el Euro, como moneda única, el máximo de
endeudamiento ha de ser de un 60%, con lo cual tendremos un exceso de deuda de
setecientos cincuenta mil millones de euros, de los cuales, posiblemente
quinientos mil millones serán deudas al BCE. Situación poco boyante y que,
además, hay que reducirla, para lo cual veremos qué armas de política económica
va a presentar el Gobierno. Pero, sinceramente, hemos de dar las gracias, por
ahora, al BCE, que no nos ha negado nuestras peticiones de dinero, sino que nos
ha entregado préstamos para que podamos atender las necesidades de España, pero
que puede que dentro de unos meses el BCE piense de otra forma, y ya veremos lo
que pasa.
De momento organismos,
instituciones y entidades, tanto españolas como extranjeras, nos están
indicando que debemos reducir la abultada deuda que mantenemos; así lo ha dicho
la Organización de Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE); Banco de España;
Fondo Monetario Internacional (FMI); UE; casas de análisis; etcétera. Siempre
nos queda el alivio de que otros países están en tesituras también muy duras;
cual es el caso de Italia, cuyo endeudamiento soberano es, aproximadamente, de
un 150% de su PIB y su Prima de Riesgo actualmente es de 150, aunque este
endeudamiento tan alto de los italianos, es en buena parte con bancos propios de
Italia, con lo que el arreglo puede quedar dentro de casa; en España hay que
bregar con acreedores mayoritariamente extranjeros y los arreglos van a ser más
difíciles. Estimado lector, lamento haberle abrumado con frases y cifras poco
optimistas; me arrepiento de ello. Le pido disculpas. Pero lo he escrito, tal
vez, con demasiado “cálamo currente”, que me viene del corazón y no de la
cabeza, por mis elevados y sensibles sentimientos hacia España, en donde nací y
vivo, y porque mis antepasados y educadores quizás fueron más españoles que yo
mismo.
He leído en un periódico de
tirada nacional que un periodista nos calificaba como “país bananero dentro de
la civilizada Europa”. Es el insulto más grave que he recibido en mis 77 años
de edad. Seguiré escribiendo.
Vicente
Llopis Pastor.
26
de agosto de 2020
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